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martes, 14 de noviembre de 2023

“De aquí a la eternidad”

Cristina Peri Rossi

“De aquí a la eternidad”

 

Descubrir a Dios entre las sábanas
-no en el templo fariseo
ni en la altiva mezquita-
sábanas blancas
sudario del amor que te cubría
manto sagrado
inicial la bienaventurada ascensión
de tu piel a la eternidad
de tu vientre al círculo celestial
sentir a Dios en tus húmedas cavidades
en el grito vertiginoso
de la jauría de tus vísceras

Saber
que Dios está escondido entre las sábanas
sudoroso
consagrando tu sangre menstrual
elevando el cáliz de tu vientre.

Descubrir, de pronto, que Dios
era una Diosa,
última ascesis,
de aquí a la eternidad.

viernes, 10 de noviembre de 2023

“Dos cuerpos”

Octavio Paz

“Dos cuerpos”

 

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos olas
y la noche es océano.

 

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos piedras
y la noche desierto.

 

Dos cuerpos frente a frente
son a veces raíces
en la noche enlazadas.

 

Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.

 

Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío.

jueves, 31 de diciembre de 2020

“Canción de los cuerpos”

Francisco Brines (1977): Insistencias en Luzbel

“Canción de los cuerpos”

La cama está dispuesta,
blancas las sábanas,
y un cuerpo se me ofrece
para el amor.
Abramos la ventana,
entren calor y noche,
y el ruido del mundo
sea sólo el ruido
del placer.
Que no hay felicidad
tan repetida y plena
como pasar la noche,
romper la madrugada,
con un ardiente cuerpo.
Con un oscuro cuerpo,
de quien nada conozco
sino su juventud.

martes, 22 de septiembre de 2020

“Si el hombre pudiera decir…”

Luis Cernuda (1931): Los placeres prohibidos

“Si el hombre pudiera decir…”

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
Como una nube en la luz;
Si como muros que se derrumban,
Para saludar la verdad erguida en medio,
Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando solo la verdad de su amor,
La verdad de sí mismo,
Que no se llama gloria, fortuna o ambición,
Sino amor o deseo,
Yo sería aquel que imaginaba;
Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
Proclama ante los hombres la verdad ignorada,
La verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
Como leños perdidos que el mar anega o levanta
Libremente, con la libertad del amor,
La única libertad que me exalta,
La única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

lunes, 3 de agosto de 2020

"Unidad en ella"

Vicente Alexandre (1932): La destrucción o el amor

"Unidad en ella"

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida. 

Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes. 

Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire  de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo. 

Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre. 

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
  
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, 
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, 
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.


jueves, 23 de enero de 2020

"No es nada de tu cuerpo"

Jaime Sabines: (1950-1993): Recuento de poemas

"No es nada de tu cuerpo"

No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca —tu boca
que es igual que tu sexo—,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada —¿qué es una mirada?—
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.

miércoles, 2 de octubre de 2019

“Hoja”

Jorge Fernández Gonzalo (2004): Una hoja de almendro

“Hoja”

Qué trabajoso me resulta ahora
Mirar, en esta luz casi de antorcha
Si no de vela, hacia el ocaso. Y es
Tan rosado su vientre como el tuyo,
Tan cálido este cielo
Que parece tu cuerpo. Abre los ojos
A esa luz mortecina que aún se aferra
A los balcones, color teja o ladrillo
Gastado, y cómo raya
Las fachadas y las carreteras,
Los portalones y esas hojas últimas
Del almendro, y las prende. Con cuidado
Nunca de frente a tanta claridad
Ofrezcas la mirada. ¿Qué descansa
Tras la luz? ¿Sabe el águila
Su secreto de aurora? Allá, a lo lejos
El sol es una araña
Pisoteada: abrasa
La pupila, y compensa.
Calcina los contornos, pero aliña
Entre dedos de luz, color y forma
Como aceite y vinagre en la ensalada
De la tarde, y ya no importa nada
Que se derrame y que se desperdicie
Su tempestad de oro. Hoy es nuestra.

martes, 16 de octubre de 2018

“La chica de las mil caras”

Luis Alberto de Cuenca (1972): Elsinore

“La chica de las mil caras”

Todo tu cuerpo es un inmenso brote de espinas,
pero las aves siguen comiendo en tus manos
y cantan en el bosque como si nada.
Por las noches me enseñas el universo:
hoy han sido las costas de Islandia,
la Edda de Snorri y la promesa de Winland.
Como tu cuerpo está erizado de agujas,
necesito almohadones para amarte;
luego despierto enganchado a tus labios,
cuando el sol es un punto negro en el cielo.
Si hablas, tu voz es una cascada
que arrastra cadáveres y policías de uniforme.
Hablas en verso, como Ovidio y Lope,
como el precoz escaldo Egil Skallagrimsson.
A veces te interrumpo. Tus besos llevan oro,
como las Noches de Stevenson o de Mardrus.
Son algo tan brillante. Como una nueva infancia.
No sé si tu destino es catalogar manuscritos,
si has sido bibliotecaria en Alejandría.
Un día vi cómo perseguías a un jabalí en Dordoña
(esa noche soñé con el Monarca Oscuro).
Podría hacerte un lecho de lirios o de rosas,
aunque preferiría cubrirte de alacranes.
Luego descifraríamos papiros mágicos y emblemas.
No sé cómo decirte lo mucho que te amo.
Hace siglos que desaparecieron los torneos.
Jesús sigue muriendo cada día. Hasta cuándo.
Pero Clodoveo decía que el Gólgota no sería famoso
si él hubiese estado allí, en Jerusalén, con sus francos...

Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos,
no encendías jamás la luz en el desván.
Me parecía haber vivido dos veces los momentos
y bebía del suave terminarse de tus ojos.
Algunos dioses se nos antojaban ridículos:
Júpiter, por ejemplo, todos los que mandaban.
Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones,
Mae West y Miriam Hopkins compensaban la perdida.
Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro,
ejercer de sportwoman como Diana Palmer.
Buscábamos tesoros en el jardín de tus abuelos,
bajo ese sol de Heráclito que sigue sin ponerse,
con una Jolly Roger ceñida a la cintura,
saqueando glorietas y naufragando en la piscina.

Y ahora que está aquí, mi amor,
tú que eres todas las mujeres,
no sé si voy a ser capaz
de recordarte y recordarme.
Todos vivimos, a la postre,
en una especie de prisión
de la que no podemos salir,
en la que nadie puede entrar.
Pero consta en el Libro Único
que, a pesar de espinas y agujas,
nos amamos alguna vez
y nos amaremos tú y yo.