Luis
GARCÍA MONTERO (1994), Además
“Espejo,
dime”
Déjame que responda,
lector, a tus preguntas,
mirándote a los ojos,
con amistad fingida,
porque esto es la
poesía: dos soledades juntas
y una experiencia noble
de contarnos la vida.
Año cincuenta y ocho.
Vine al mundo en Granada.
Mi carácter se hizo bajo
una luz hendida
de calle estrecha,
plaza, iglesia y campanada.
Pero ya la posguerra y
el sueño provinciano
sufrían en los barrios
la primera cornada
y crecí en la partida
del constructor urbano,
barajadores, juego,
apuestas y descarte,
ediles consentidos,
juramentos en vano.
Esta ciudad ambigua me
ha educado en el arte
de pasar mucho tiempo
bajo la misma luna,
tal vez porque se vive
de vuelta en cualquier parte,
tal vez porque no estuve
jamás en parte alguna.
Un siglo, como todos, de
víctimas y jueces
me ha tocado vivir. Mas
tengo la fortuna
de ser como el otoño y
he pagado con creces
el derecho a dudar de
una flor en su rama.
También yo me he quedado
desnudo muchas veces.
Otoño fugitivo, otoño
que reclama
la tarea secreta de
preparar la vida
y conmueve en penumbra
la silenciosa trama
del futuro que busca una
luz construida.
Hoy miro con prudencia
las vueltas del camino,
ya me preocupa menos la
tierra prometida.
No dudaré del mundo.
Sólo me lo imagino
como una superficie de
tintas. El dilema
es saber si los hombres
controlan su destino,
igual que se controlan
los versos de un poema.
Debería la historia
corregir el diseño,
revisar galeradas,
interpretar el lema
de los significados
finales de su sueño.
Un sol menos herido, una
ciudad más cuerda,
soledad en su justa
medida y el empeño
de seguir trabajando
para que no se pierda
lo que tienen de savia,
redacción y presente
el adjetivo rojo y la
palabra izquierda.
Volviendo a la poesía,
os diré solamente
que procuro en mis
versos sentir la melodía
de un bolero llamado
final del siglo XX.
Me cansan los orfebres
con su cristalería
y el irracionalismo que
descansa en la hueca
vanidad de lo raro. Una
sabiduría
más seca es la poesía.
Busco el verso que peca
de impertinente y llama
al corazón cerrado.
Es poco original, pero
mi biblioteca
fue de Espronceda,
Bécquer, don Antonio Machado,
Alberti y Luis Cernuda.
He bebido en el agua
de Jaime Gil de Biedma y
estuve fascinado
por Lorca, con su mundo
del cuchillo y la enagua,
cuando el misterio hacía
de íntimo enemigo
y la luna bajaba a
mirarme en la fragua.
Y, claro está, poetas
que vivieron conmigo
esos momentos en que la
noche nos devora.
El hielo deshaciéndose,
el alma de un amigo,
El reloj olvidado de
marcarnos la hora.
Rafael, Ángel, Pepe,
Álvaro, Paco, Jon,
Antonio, Luis Antonio,
Justo, Javier, Aurora,
Abelardo y Felipe,
Jesús, José Ramón,
Carlos y José Carlos,
Jaime y José Agustín,
Fernando, Claudio,
Fanny, Manolo, Sarrión,
Álex, Ramiro, Pere,
Dionisio y Benjamín,
a vosotros que fuisteis
conmigo partidarios
de la felicidad, en las
noches sin fin,
con estos breves versos
para mí necesarios
os quiero agradecer la
compañía, el ciego
deseo de vivir y todos
los salarios
de libertad que junto
gastamos. Desde luego
mis amigos poetas suelen
ser gente honrada,
una moral que pone las
manos en el fuego.
Y por lo que concierne a
mi vida privada,
alguna vez quisiera que
la temperatura
estuviese, verano por
invierno, templada
para que el corazón
descanse su espesura.
Imagino las horas de
otoñal paseante
y un paisaje sacado de la
literatura.
El castaño rojizo bajo
el azul tirante
del cielo. Ya se ve
nieve en la sierra. Estoy
junto a un río de aguas
sin prisa. Por delante
corre Irene, camina
Maricarmen. Yo voy
distraído en los versos
finales de un poema
que pudiera ser éste. Dudo,
valoro, doy
sentido a las palabras.
Con lentitud extrema
dejo que el verso vaya
tejiendo sus preguntas,
procuro que los ritmos
se acomoden al tema
y pienso en ti, lector,
con amistad fingida,
porque esto es la
poesía: dos soledades juntas
y una verdad que ordena tu vida con mi vida.