Rubén
Darío (1905): Cantos de vida y esperanza.
Los cisnes y otros poemas
“I” (“Yo soy aquel que ayer no
más decía”)
A J. Enrique Rodó.
Yo soy aquel que ayer no más
decía
el verso azul y la canción
profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la
mañana.
El dueño fui de mi jardín de
sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el
dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy
antiguo
y muy moderno; audaz,
cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine
ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi
infancia,
mi juventud.... ¿fue juventud la
mía?
Sus rosas aún me dejan su
fragancia...
una fragancia de melancolía...
Potro sin freno se lanzó mi
instinto,
mi juventud montó potro sin
freno;
iba embriagada y con puñal al
cinto;
si no cayó, fue porque Dios es
bueno.
En mi jardín se vio una estatua
bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.
Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no
salía,
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...
Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de «te adoro», y de «¡ay!» y de
suspiro.
Y entonces era la dulzaina un
juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de gotas del Pan
griego
y un desgranar de músicas
latinas.
Con aire tal y con ardor tan
vivo,
que a la estatua nacían de
repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la
frente.
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa
verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;
todo ansia, todo ardor, sensación
pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin
literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la
mía.
La torre de marfil tentó mi
anhelo;
quise encerrarme dentro de mí
mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de
cielo
desde las sombras de mi propio
abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce
y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el
infierno.
Mas, por gracia de Dios, en mi
conciencia
el Bien supo elegir la mejor
parte;
y si hubo áspera hiel en mi
existencia,
melificó toda acritud el Arte.
Mi intelecto libré de pensar
bajo,
bañó el agua castalia el alma
mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la
profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la
fecunda
fuente cuya virtud vence al
destino!
Bosque ideal que lo real
complica,
allí el cuerpo arde y vive y
Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela.
Perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel
verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón
muerde.
Allí va el dios en celo tras la
hembra,
y la caña de Pan se alza del
lodo;
la eterna vida sus semillas
siembra,
y brota la armonía del gran Todo.
El alma que entra allí debe ir
desnuda,
temblando de deseo y fiebre
santa,
sobre cardo heridor y espina
aguda:
así sueña, así vibra y así canta.
Vida, luz y verdad, tal triple
llama
produce la interior llama
infinita.
El Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vita!
Y la vida es misterio, la luz
ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se
entrega,
y el secreto ideal duerme en la
sombra.
Por eso ser sincero es ser
potente;
de desnuda que está, brilla la
estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de
ella.
Tal fue mi intento, hacer del
alma pura
mía, una estrella, una fuente
sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.
Del crepúsculo azul que da la
pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono menor —¡toda la
flauta!,
y Aurora, hija del Sol— ¡toda la
lira!
Pasó una piedra que lanzó una
honda;
pasó una flecha que aguzó un
violento.
La piedra de la honda fue a la
onda,
y la flecha del odio fuese al viento.
La virtud está en ser tranquilo y
fuerte;
con el fuego interior todo se
abrasa;
se triunfa del rencor y de la
muerte,
y hacia Belén... ¡la caravana pasa!