Claudio Rodríguez (1991): Casi una leyenda
“El robo”
A philip Silver
...il fiume,
le zafiri...
I
Ahora es el momento del acoso,
del asedio en silencio,
del rincón de la mano con su curva
y su techumbre de codicia. Ahora
es el momento de esta luz tan tenue,
alta en la intimidad del frío seco,
de este marzo tan solo.
Y hay que pagar el precio, la subasta, el fraude
porque tú has prometido y no has vendido,
y no has sabido lo que se presiente:
la aventura en secreto, la destreza
de tanta duda.
Es el recuerdo ruin y luminoso
y la mano entreabierta con malicia y rapiña
y los dedos astutos ya maduros
con el temblor de la sagacidad.
En cuanto el tacto brilla con asombro y con vicio,
la mirada al trasluz,
la encrucijada a oscuras del dinero.
Es la orfandad del cuerpo que no sabe
ser aún pobre ladrón, sin beneficio.
El aceite es muy íntimo rebelde,
tan sospechoso como el pulso. Déjalo,
deja que se resbale y que se esconda,
deja que nos ampare y nos anime,
déjalo que me acuse
del delito.
Tú recuerda cómo antes un olor a castaño,
a frambuesa, a cerezo, a caña dulce,
a la armonía de la ropa al raso
te alumbró, te dio techo, calle, adivinación
y hasta hoy libertad
entre perfidia y bienaventuranza.
Ahora es el momento de la llave,
de la honda cerradura. Acierta o vete.
Así, al acecho, entre los ladrones,
la incertidumbre de la soledad,
tanto delirio en manos
húmedas de oro,
con la prudencia de la encina oyendo
la señal de la liebre,
el raíl, el alambre
junto al cauce del río hoy muy templado,
te doy las piedras blancas del destino.
Grábalas con tu aliento
para que sepas que lo que has ganado
tú lo has perdido.
II
No lo has perdido. Espera.
Cualquiera sabe y menos ahora cuando
te has olvidado de entregar al aire
el alma,
y cuando más respiras más se te va yendo
y te llama, y ya nunca…
Pero tu cuerpo y la uva moscatel
que es quemadura en la luz,
la fiebre y la sorpresa,
aún te descubren, en alta intemperie
mientras los dedos suenan, se hacen ágiles
y hasta familiares con bóvedas de humo.
¿Y tú qué esperas? ¿Qué temes ahora?
¿La claridad de nuevo, el riesgo, la torpeza
o la audacia serena de tu rebeldía
junto a la alevosía de noche
y la estrategia de la sombra en niebla
de aquellas lilas que fueron tu ayuda
con olor a azucena
donde te refugiaste y poco a poco
huiste de tu muerte, de aquel crimen,
mientras vas…?
Tú bien sabes adónde y lo has sabido siempre.
Pero llega el dominio del oficio,
el del hierro solemne y el acero perverso,
los goznes decorados, la locura del clavo,
el ritmo cincelado
sin notarse la huella de la cruel soldadura,
y la cabeza del tornillo abriendo
el giro y el encaje
de la bisagra:
la lira de la llave, el astil taladrado y bien pulido,
iluminado entre los pliegues limpios
marcados por la luz, por el azufre,
por el humo de sal y de carbón.
Nadie ha vencido pero no te han dado
libertad sino honda
esclavitud.
La que es desgracia es descubrimiento
y nacimiento.
No es el dolor sino es el sacrilegio
entre el metal y el alma
mientras la alondra nueva canta en las heridas
secas y solas de la cerradura.
¿Y lo que buscas es lo que tú amas?
Tú calla y no recuerdes. ¡Y las llaves al mar!
III
No te laves las manos y no cojas arena
porque la arena está pidiendo noche,
la desnudez del sueño, grano de mirto.
Buscaste casa donde no hubo nadie,
cerca del río,
pero el destino había ya hecho duro
resplandor en las alas de la infancia.
Tú vas por el camino, que es el del sufrimiento,
de la ilusión, de la ambición, tortura,
con el trasfondo de la lejanía.
Eres ladrón: espera.
Mira el lirio del valle, los pinares
entrando en la ciudad cuando hoy apenas
hay tráfico, alarma
de policía.
Cada paso que des es peligroso
entre escombros y ruinas donde crece la malva
tan impaciente como
la media luna dedicada en nácar de la uña tocada,
del juego de la yema de los dedos.
Sigue con calma y llega al altar,
llega furtivo en danza
hasta la playa viva, hasta el oro del cáliz,
hasta el zafiro y hasta la esmeralda;
llegas hasta tu saliva que maldice,
suave y seca, a tu cuerpo.
Y fluye el Duero ilusionadamente…
Estás llegando a tanta claridad
que ya ni ves que está la primavera
sobria en los chopos de ahí enfrente. Pero,
¿tú qué has hecho?
¡Si has tenido en tus manos
la verdad!
No has podido salir de la marea
de esta ventana milagrosa y cierta
que te ahoga y ahorca.
La erosión de la piedra
eres tú,
solo y ocre en el ábside.
¡Pero si eres tú mismo, tú, con la agria
plasticidad de proa en tu rostro
siglo a siglo, día a día,
en transfiguración!
Tú, con tu vida entera
que despierta y que llama a la ciudad
mientras está cantando por las calles
la mañana que roba a la mañana,
tanto tiempo que roba hasta el amor
y hasta a mí mismo, sin saber quién eres,
viejo ladrón sin fuga.
¡SI estás vivo, estás vivo! Enhorabuena.