Carlos Alcorta (2020): Aflicción y equilibrio
“Un buen hijo”
Quien tiene hijos necesita futuro.
Valter Hugo Mãe
Eras niño otra vez,
No eras ya mi padre.
Vicente Gallego
Antes de que en la luz crepuscular
se diluya la imagen que dio pie
a este pacto de no agresión con tu otro
yo recorres el camino de vuelta
a la infancia sin miedo a las consecuencias.
Terminas aceptando que quien hoy regresa
ignora casi todo de aquel tiempo
en el que las cosas pudieron
suceder de manera diferente. Quedaron
entonces demasiadas preguntas sin respuesta,
quedó un reguero solidificado
de miel y leche sobre la mesa que fijaba
la frontera entre una ciénaga y un oasis,
entre la fatalidad y la salvación.
Siendo aún poco más que un niño,
Mi padre braceaba hasta el urro
Que se erguía a unos cientos de metros de la playa
—en el mar, la falta de referencias
falsea las distancias, por eso aprovechaba
el reflujo de la marea, cuando
el agua se pliega sobre sí misma,
como algunos crustáceos—
para cazar conejos y mejorar
la humilde dieta alimenticia
de la posguerra. Sigue nadando sin descanso,
sorteando las olas de sus recuerdos Aquel
tú del pasado lo revive ahora como si fuera la primera
vez, cuando inmoviliza con la palma
de sus manos tu cuerpo menudo y agarrotado
por el mido en la playa de La Concha,
sopesando el vigor de las corrientes
mientras te enseña a mantenerte a flote.
Me propuse escribir este poema
como quien construye la casa natural
de la vida, sin ayuda, con materiales nobles
pero modestos, una casa con grandes ventanales
para vernos mejor por dentro, hecha
con las palabras que nunca nos dijimos,
una casa, un poema de músculos y piedra
con los que ganarme el pan, igual que hacen
los hombres de provecho. Si lo crees preciso,
supervisa la argamasa, controla a los obreros
piensa en cómo podremos convivir
en el futuro pese a nuestras diferencias
—tú entrando sin llamar, yo contemplando
los muros encalados, ahora sin tu sombra—
y dame tu bendición, esa será la mejor recompensa
que pueda percibir por mi trabajo,
pero quiero que sepas que no es fácil
levantar solo con buena materia prima
unos cimientos firmes, también se necesita
esa emoción latente que propicia
el lenguaje poético, tan fuera de lugar
en las transacciones mercantiles.
Las lágrimas que derramé sin que tú
lo supieras, poniendo nombre con las palabras
que me enseñaste a todo lo que lo que me rodeaba,
hasta que logré dar vuelo a mi pensamiento,
forman parte de tan impopular
y mal pagado oficio,
ese del que te avergonzabas
en los primeros años, cuando eran mis poemas
solo frustradas tentativas.
Es verdad, yo no sé
en qué momento un cuerpo se revienta
y flaquea en el campo o en el turno de noche
de la fábrica porque nunca sentí el látigo
del trabajo a destajo castigar mi espalda
aunque ya esté tan deformada
como de la de un recolector de fresas,
pero he intentado siempre reflejar
en las páginas mis propios conflictos,
sin buscar amparo fuera de mí
o en la naturaleza, porque esta solo siente
sin quejarse, pero no piensa.
Quien escucha el tartamudeo
de las teclas hasta la madrugada
o me ve inclinado sobre la mesa
como un vidente sabe de qué hablo.
Durante muchos años guio mis pasos
una idea utópica de la realidad
que tú me habías inculcado.
Pensaba que con ser puntual y honesto
sería suficiente para que me sonriera
la vida, pero estaba equivocado.
Incluso, alguna vez, durante ese instante fugaz
en el que unos rayos de luz huidizos
como un mirlo o una fragancia se filtran
por las rendijas de la persiana
casi cerrada y acarician la piel,
presentí que era cierto, que valía la pena
esa efímera recompensa, pero, al final,
si afino la memoria, me parece
estar viendo tu gesto escéptico y pensativo.
Me embarga entonces la impresión
de que tampoco tú creíste de verdad
en ello. Una cosa son las palabras
y otra los hechos.
Padre, nunca seré lo que tú hubieras
deseado que fuera, nunca sentiré afición
por la canaricultura o el mus,
nunca seré un manitas, pero puedo decirte
que desde que fui padre comprendí
por fin lo que supone ser un buen hijo.