lunes, 19 de agosto de 2024

“Elegía desde Simancas (Hacia la Historia)”

 Claudio rodríguez (1976): El vuelo de una celebración

“Elegía desde Simancas (Hacia la Historia)”

 

                                       I 

Ya bien mediado abril, cuando la luz no acaba 

nunca, 

y menos aún de noche, 

noche tan de alba que nos resucita, 

y nos camina 

desde esta piedra bien pulimentada, 

respiramos la historia, aquí, en Simancas. 

Y se va iluminando 

la curva de los muebles, 

las fibras de papel ardiendo en la peña madre, 

el ábside de los pergaminos, 

la bóveda de las letras. Y los nombres cantando 

con dolor, con mentira, con perjurio, 

con sus resabios de codicia y de 

pestilencia y amor. Y se va alzando 

el cristal, donde un nuevo recocido 

limpia sus poros y moldea a fondo 

su trasparencia, junto a las encinas 

en alabanza con su sombra abierta. 

La corteza del pan, que ahora está en manos 

de la mañana, 

y la miga que suena 

a campana 

nos aclaran, serenan, 

aún ocultando la mirada ocre 

de la envidia, 

de hombro de la soberbia, los labios secos de la injusticia, 

la cal de sosa, el polvo del deseo, 

con un silencio que estremece y dura 

entre las vértebras de la historia, en la hoja 

caduca y traspasada en cada vena 

por la luz que acompaña 

y ciega, y purifica el tiempo 

sobre estos campos, con su ciencia íntima, 

bajo este cielo que es sabiduría.

 

                                     II

Nunca de retirada, y menos aún de noche, 

alta de sienes, 

tan sencilla, amasada 

en la cornisa de la media luz, 

entre las rejas del conocimiento, 

en la palpitación del alma, 

llega la amanecida. 

Y el resplandor se abre 

dando vuelo a la sombra. 

 

 

Como lince de caza en la ladera, 

al acecho, mirando casi con su hocico, 

como el milano real o la corneja 

cenicienta, en el tiempo 

de invernada, así vienen ahora 

la rapacidad, el beso, 

la imagen de los siglos, 

la de mi misma vida. 

                                      Hay nidos

de palomas, y halcones 

ahí, en las torres, mientras canta el gallo 

en el altar, y pica 

la camisa ofrecida y humilde y en volandas 

en la orilla derecha del Pisuerga. 

¿No ha sucedido nada o todo ha sucedido? 

Aire que nos acunas 

y que nunca nos dejas

 marchitar porque arropas 

de mil maneras, 

tan seguro y audaz, desde los coros 

del pulmón, 

hasta la comisura de los labios, 

ven tú. Eres todo.

 

 

                                       III

La historia no es siquiera 

un suspiro, 

ni una lágrima pura o carcomida 

o engañosa: quizá una carcajada. 

Pero aquí está el sudor 

y el llanto, aquí, al abrigo 

de la lana y el cuero repujado, 

en la seda, el esparto, 

en la humildad del sebo, 

en la armonía de la harina, 

en la salivda en flor, lamida y escupida 

y pidiendo

pulpa de dátil o un amor cobarde 

en las ciudades esperando el tráfico. 

Estoy entre las calles 

vivas de las palabras: muchas se ven escritas, 

finas como el coral, 

color rojizo oscuro, 

en manuscritos; otras 

batiendo alas en tantas paredes, 

dichas a pleno labio, 

mientras tú estás enfrente, cielo mío, 

y no me das reposo. Calla, calla. 

Aquí ya no hay historia ni siquiera leyenda; 

sólo tiempo hecho canto 

y luz que abre los brazos recién crucificada

bajo este cielo siempre en mediodía. 

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