jueves, 26 de diciembre de 2024

“Nocturno parisiense”

 Paul Verlaine

Nocturno parisiense

 

Sigue, sigue tu curso, triste Sena; tus puentes
ven pasar muchos muertos, horribles, pestilentes,
siempre cara a la luna, bajo la niebla gris,
a cuyas tristes almas asesinó París.
Pero no arrastras tantos muertos como a mi mente
inspira pensamientos tu lúgubre corriente.

Hay ruinas en la orilla del Tíber encantado,
que hacen que el viajero viva todo el pasado,
cubiertas por los líquenes y por la obscura yedra
que empenachan su sueño milenario de piedra.
Ríe el Guadalquivir junto a los azahares,
entre un son de boleros y de alegres cantares.
Oro tiene el Pactólo. La odalisca lasciva
danza a orillas del Bósforo como una llama viva.

El Rhin es un burgrave, y un poeta el Lignon,
y el Adour un rufián. La dormida canción
del Nilo, con su largo gemido misterioso,
arrulla de las momias el sueño fabuloso.
El gran Meschacabé, de los juncos sagrados,
augustamente besa los islotes dorados;
o en Niágaras espléndidos su armonía desata
de espumas y fulgores en triunfal catarata.
Y el Eúrotas, en donde los cisnes familiares
nievan de blanca gracia los lauros tutelares,
y bajo el claro cielo que un vuelo de gypaeta
raya, rítmico y dulce canta como un poeta.
Y, en fin, el sacro Ganges, de los altos palmares,
lento y majestuoso, junto a los templos lares,
donde una muchedumbre aúlla lastimera
a compás de los secos címbalos de madera
a cuyo son el tigre amarillo y rayado,
del salto del antílope presintiendo ¡a hora,
en las vírgenes selvas se oculta agazapado
y parece, en la noche llena de paz, que llora...

Sena, tú nada tienes. Dos barrios deleznables
sembrados por doquiera de chozas miserables,
puestos de libros viejos, y algún golfo que baña
su roña, y los hieráticos pescadores de caña.
Mas, cuando el día muere y se aleja el enjambre
medio muerto de sueño, de tristeza y de hambre,
y el cielo se tachona de rojos resplandores,
de sus tugurios hórridos bajan los soñadores,
y sobre el viejo Puente de la Cité, ante Nuestra
Señora, con la frente apoyada en la diestra,
oyendo de las aguas el sonoro lamento
sueñan con las melenas y el corazón al viento.
Las nubes empujadas por el viento nocturno
cruzan, rojas y cárdenas, el azul taciturno,
y en los reyes del pórtico, el sol deja un reflejo
que es en la piedra añosa como un beso bermejo.
Anunciando la densa noche que se avecina
voltijea el murciélago y huye la golondrina.
Todo ruido se apaga. Acaso un vago son
anuncia la ciudad que canta su canción
que al déspota acaricia mientras los tristes gimen;
es el alba del robo, del amor y del crimen.

De repente, lo mismo que un tenor azorado
que exhala un estridente gallo desaforado,
su grito que se queja, se prolonga y avanza
en no sabemos dónde, un organillo lanza.
Gime, acaso, algún aria ramplona y anacrónica
que de niños solíamos tocar en nuestra armónica
y que, triste o alegre, con su acento cansado
emociona al artista, conmueve al desterrado.
Es falso, es espantoso, es ratonero, es duro;
le pondría a Rossini enfermo de seguro,
es su risa ramplona y su queja risible
y siempre en una clave de sol inadmisible,
trocando en la los do, mas ¿qué puede importar,
si, al oírle, sentimos deseos de llorar?
Vuela el alma a un quimérico país de ensoñación
y siente a sus acordes un llanto de emoción
que el corazón sahúma de diáfana piedad.
Y en un punto vivimos la azul diafanidad
y así, en una armonía misteriosa y fantástica
que siendo musical tiene mucho de plástica,
mezcla mi alma el sonido con la tarde muriente;
la pena de la música y el dolor del poniente.

Después, el organillo se va alejando. Crece
la sombra en el silencio y Venus aparece
en una nube blanca, sobre el confín obscuro;
se encienden los faroles ahilados junto al muro.
Y el astro y las luciérnagas temblorosas del gas
cabrillean fantásticas sobre el horror del río
de linfa espesa y pútrida, más denso y más sombrío
que el negro terciopelo del más negro antifaz.
Y sobre el barandal, el contemplador, pobre
y roído por la vida cual moneda de cobre,
presa de un viento infausto, se inclina hacia el abismo
y olvidando sus sueños, ausente de sí mismo,
se encuentra entre las garras de la angustia más honda:
¡a solas con París, con la Noche y la Onda!

¡Siniestra trinidad! ¡Del Horror negros puertos!
El Mane-Thecel-Phares de los ensueños muertos.
Sois las tres, oh siniestras, los monstruos del horror
tan terribles, que el hombre borracho de dolor,
Orestes sin Electra, por vuestro maleficio
¡no puede más! y rueda derecho al precipicio.
Las tres asesináis al pobre harapo humano
ansiosas de ofrecer carnaza al gran Gusano
y se duda, temblando, entre los tres horrores
si acaso es más tremendo morir por los terrores
de las tinieblas densas o en el río profundo
o en tus brazos, Sirena París, reina del mundo.

Y tú, Sena impasible, deslizas tu corriente,
que cruza por París igual que una serpiente
monstruosa, caminando hacia lejanos puertos
con tu carga de hulla, de madera y de muertos.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

“El nombre conseguido de los nombres”

 Juan Ramón Jiménez

“El nombre conseguido de los nombres”

Si yo, por ti, he creado un mundo para ti, 
dios, tú tenías seguro que venir a él, 
y tú has venido a él, a mí seguro, 
porque en mi mundo todo era mi esperanza. 

Yo he acumulado mi esperanza 
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito; 
a todo yo le había puesto nombre 
y tú has tomado el puesto 
de toda esta nombradía. 

Ahora puedo yo detener ya mi movimiento 
como la llama se detiene en ascua roja 
con resplandor de aire inflamado azul, 
en el ascua de mi perpetuo estar y ser; 
ahora soy ya mi mar paralizado 
el mar que yo decía, mas no duro, 
paralizado en olas de conciencia en luz 
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba. 

Todos los nombres que yo puse 
al universo que por ti me recreaba yo, 
se me están convirtiendo en uno y en un 
dios. 

El dios que es siempre al fin 
el dios creado y recreado y recreado 
por gracia y sin esfuerzo. 
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.

martes, 24 de diciembre de 2024

“No me cuentes tu vida”

 Benjamín Prado  

“No me cuentes tu vida”


No me cuentes tu vida.

No me des la mitad de lo que ya no quieres.
No olvides que el dolor es lo que un golpe
recuerda de nosotros
y si lo tocas, puede despertarse,
pensar de nuevo en ti.

No me hables del pasado.
Si quieres encontrar respuestas, corre
en dirección contraria a las preguntas.
No me arrastres a un tiempo en el que aún no sepa quién eres, 

pero ya no seas mía.

¿De qué sirve arrojar peces muertos al río?
¿Por qué volver atrás
a pintar la diana encima de la herida?
¿Para qué conocerte, si te puedo aprender?

Acuérdate, mi amor, de estas dos cosas,
que una te hará más libre
y la otra
más feliz:
-Lo que no busca nadie, deja de estar perdido.
-Quienes lo saben todo de aquellos a los que aman,
sólo los aman… a pesar de todo.

No me cuentes tu vida