Carlos Alcorta (2009): Sol de resurrección
“Acróbatas del aire”
No
hay más red que la red del pensamiento.
Quienes
veneran el espacio puro,
en
el tiempo estancado, sometido
al
soplo más entero nada temen
de
la muerte. Acentúa el riesgo su valor,
prolonga
y da sentido a su existir
y
una hipótesis irrefutable habla
de
la avaricia de flotar por siempre,
ingrávidos,
de mantenerse al margen
del
mundo, como ascetas instigados,
envueltos
en el manto cristalino
de
una fe que conforta y glorifica.
Sin
angustia se arrojan, desplegadas sus dotes,
desde
la carlinga resplandeciente
hacia
un cielo infinito de colores variables
que
engatusa y fascina al participante
y
al veterano como el vino
espumoso
de las celebraciones.
En
el aire
flotan
como un corcho en las intranquilas
aguas
de un torrente, remontan cauces,
atraviesan
gargantas rocosas dibujando
entre
nubes imaginarios bucles,
cabriolas
que parecen quebradizos
ramajes
secos de árboles desnudos.
Dejándose caer, el alma asciende.
Se
funde el horizonte en la mirada,
que
se ciega y en sí misma se recoge
como
una súplica, en fiebre de sol,
en
nocturno frescor de sacristía.
Mientras
se acercan a la superficie,
a
lo más visible, a esa antigua sombra
que
crece desde el suelo,
se
agranda esa frondosa cicatriz
que
concreta el lugar de la caída.
Quien
salta sufre la imprevista amnesia
del
no vivir durante unos segundos,
porque
el cuerpo sale de sí y se ignora
solo
ascendiendo y la altitud asfixia
y
el corazón que siente se refrena
en
un negro vacío de sangre y soledad.
Quien
salta se deleita en su victoria
ante
ese que dudaba,
entra
en lo íntimo, en lo que no conoce,
como
si su yo fuera el de un desconocido,
y se sorprende, dueño de nada, de su temple.
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