Carlos Alcorta (2015): Ahora es la noche
“Y cada
piedra que pisábamos ensangrentada
por el crepúsculo”
Charles Simic
por el crepúsculo”
Charles Simic
El calor sofocante de la tarde
castigaba los pies de los viajeros,
ya impacientes por el retraso
del autobús, bajo la marquesina
descolorida. Apenas llegaba aire
a mi cerebro y la incertidumbre
se adhería a las células que activan
los sentidos igual que un enojoso
parásito. Unos años antes
la estrafalaria profesora de Arte
Moderno me acusó de estar anclado
en principios estéticos de otra época,
y este empecinamiento por llegar
al Cabo, pienso ahora, confirmaba esa hipótesis.
Pero entonces, ¿no tengo ya remedio?
La imagen instalada previamente
en mi memoria se fue haciendo
realidad ante mis ojos,
como sucede a veces con los sueños.
Contemplé, como si en la luz quedaran
suspendidas, las formas celestiales
de las columnas que hacia el distintivo
estival ascendían desde una cota opuesta
al estilóbato, vi cómo ceniza y sombras
se internaban, arriadas sus velas, en un mar
dócil, amansado, cárdeno, sólo mío.
Por un momento el mundo se detuvo.
Mi obsesiva imprudencia me inclinó
a suponer que nada de aquel instante
cambiarían los años, ni siquiera
las toscas lápidas, ensangrentadas
por el crepúsculo que días
después menospreciaba.
castigaba los pies de los viajeros,
ya impacientes por el retraso
del autobús, bajo la marquesina
descolorida. Apenas llegaba aire
a mi cerebro y la incertidumbre
se adhería a las células que activan
los sentidos igual que un enojoso
parásito. Unos años antes
la estrafalaria profesora de Arte
Moderno me acusó de estar anclado
en principios estéticos de otra época,
y este empecinamiento por llegar
al Cabo, pienso ahora, confirmaba esa hipótesis.
Pero entonces, ¿no tengo ya remedio?
La imagen instalada previamente
en mi memoria se fue haciendo
realidad ante mis ojos,
como sucede a veces con los sueños.
Contemplé, como si en la luz quedaran
suspendidas, las formas celestiales
de las columnas que hacia el distintivo
estival ascendían desde una cota opuesta
al estilóbato, vi cómo ceniza y sombras
se internaban, arriadas sus velas, en un mar
dócil, amansado, cárdeno, sólo mío.
Por un momento el mundo se detuvo.
Mi obsesiva imprudencia me inclinó
a suponer que nada de aquel instante
cambiarían los años, ni siquiera
las toscas lápidas, ensangrentadas
por el crepúsculo que días
después menospreciaba.
Pero cuando contra mi piel
repercutía el canto de los pájaros
y se ahormaba contra el fuste
quebrado de pilastras confinadas
en un drenaje casi sumergido
la espuma de las olas,
me supe un dios caído a quien pronto
la juventud que entonces disfrutaba
le iba abandonando.
repercutía el canto de los pájaros
y se ahormaba contra el fuste
quebrado de pilastras confinadas
en un drenaje casi sumergido
la espuma de las olas,
me supe un dios caído a quien pronto
la juventud que entonces disfrutaba
le iba abandonando.
Ahora, satisfecha la deuda contraída
con mi otro yo, una foto en blanco y negro
que decora los últimos peldaños
de la escalera de la nueva casa,
preserva del olvido
una subordinada y redundante
sensación de melancolía,
tan similar a la de quien observa
en la vitrina una distribución
de extravagantes lepidópteros
que temo, muchas veces, confundirme.
con mi otro yo, una foto en blanco y negro
que decora los últimos peldaños
de la escalera de la nueva casa,
preserva del olvido
una subordinada y redundante
sensación de melancolía,
tan similar a la de quien observa
en la vitrina una distribución
de extravagantes lepidópteros
que temo, muchas veces, confundirme.
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