jueves, 16 de mayo de 2019

“Canto a Teresa”

José de Espronceda(1841): El diablo mundo

“Canto a Teresa”

¿Por qué volvéis a la memoria mía,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría,
le quedó al corazón sólo un gemido
y el llanto que al dolor los ojos niegan,
¡lágrimas son de hiel que el alma anegan

¿Dónde volaron, ¡ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de ventura,
regaladas de músicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras,
sus alas de carmín y nieve pura,
al sol de mi esperanza desplegado,
pasaban, ¡ay!, a mi alrededor cantando.
[…]

Yo amaba todo: un noble sentimiento
exaltaba mi ánimo, y sentía
en mi pecho un secreto movimiento,
de grandes hechos generoso guía.
La libertad con su inmortal aliento,
santa diosa mi espíritu encendía,
contino imaginando en mi fe pura
sueños de gloria al mundo y de ventura.
[…]

¡Oh llama santa! ¡Celestial anhelo!,
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!

¡Oh mujer!, ¡que en imagen ilusoria
tan pura, tan feliz, tan placentera,
brindó el amor a mi ilusión primera...!

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡ah!, ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
no consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
de un corazón, que penas a millares
¡ay! desgarraron, y que ya no llora,
¡piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh! ¡dichosos mil veces, sí, dichosos
los que podéis llorar! y, ¡ay, sin ventura
de mí, que entre suspiros angustiosos,
ahogar me siento en infernal tortura!
¡Retuércese entre nudos dolorosos
mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón hecho pavesa,
¡ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto,
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias, y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día,
en que perdido el celestial encanto,
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
en sueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, ¡ay!, como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas, ¡ay!, huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin... ¡Oh! ¿Quién impío,
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caíste despeñado al suelo,
astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz ¿quién te arrojó del cielo
a este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
del serafín, y en ondas fulgoroso,
rayos al mundo tu esplendor vertía
y otro cielo el amor te prometía.

Mas ¡ay!, que es la mujer ángel caído
o mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y, ¡ay!, aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego.
[…]

Los años, ¡ay!, de la ilusión pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron
con sus blancos ensueños se llevaron,
y el porvenir de oscuridad vistieron.
Las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria,
sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso...! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa,
donde vil polvo tu beldad reposa.

Y tú feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas mísera a perderte,
y era llorar tu único destino,
cuando en tu frente la implacable suerte
¡grababa de los réprobos el sino...!
¡Feliz!, la muerte te arrancó del suelo,
y otra vez ángel te volviste al cielo.
[…]

Un recuerdo de amor que nunca muere
y está en mi corazón; un lastimero
tierno quejido que en el alma hiere,
eco suave de su amor primero.
¡Ay, de tu luz en tanto yo viviere
quedará un rayo en mí, blanco lucero,
que iluminaste con tu luz querida
la dorada mañana de mi vida!
[…]

¡Oh!, ¡cruel!, ¡muy cruel!... ¡Ah!, yo entretanto
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto.
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos sí; la cristalina esfera
gira bañada en luz; ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol la primavera
los campos pinta en la estación florida:
truéquese en risa mi dolor profundo…
Que haya un cadáver más, ¡qué importa al mundo! 

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