Constantino Cavafis (1900)
“Cuando el vigía
vio la luz”
En invierno, en verano se sentaba en el tejado
de los atridas el vigía, y oteaba. Es ahora quien pregona
las buenas nuevas: ha visto, allá a lo lejos, encenderse
el fuego.
Y se alegra. Y sus esfuerzos ya concluyen.
Es duro quedarse noche y día,
bajo el calor y el frío, a escudriñar la distancia por un
fuego
que ha de encenderse sobre el Aracneo. Ahora aparece
la anhelada señal. Siempre que llega la felicidad
nos produce menos alegría
de lo que cabe esperar, mas indudablemente
se gana en esto: verse libre de esperanzas
y expectativas. Son muchas las cosas
que han de pasarle a los atridas. Cualquiera, sin ser
sabio,
lo supone, ahora que el vigía
ya divisó la luz. No hace falta, por tanto, exagerar.
Bella es la luz; y bellos los que acuden;
bellos también sus actos y sus palabras.
Y esperemos que todo salga a derechas. Pero
Argos bien puede hacerlo sin los atridas.
Los linajes no duran para siempre.
Seguramente muchos han de decir muchas cosas.
Las vamos a escuchar, mas no caeremos en la engañifa
del Necesario, del Único, del Grande.
Necesario, único y grande, siempre en seguida
se encuentra a cualquier otro.
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