Pere Gimferrer (1968): La muerte en Beverly Hills
“En las cabinas telefónicas”
En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de los coches patrullas al amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine
—y a esta hora está muerta en el Depósito aquella cuyo cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas de los reflectores, abofeteada en los nightclubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Música de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas notas conocimos una noche a Ava Gadner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz muy baja— se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió el amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.
Triste es la noche, triste está y cautiva
un triste corazón doble y distante;
parece un solo y largo y negro instante
de amargura total, no sucesiva.
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