lunes, 26 de octubre de 2020

“Final de adolescencia”

Carlos Pardo (1995): El invernadero

“Final de adolescencia”

Dispersa, la estación,
confirma que te encuentras de camino:
tan lejana parece cada cosa
que prefieres quedarte entre la gente,
que esquiven al pasar tu cuerpo inmóvil
como si así lograras
que la huida parezca menos brusca.

No vuelvas a enturbiarte con razones
que son del todo falsas, y lo sabes.
Ya sé que es muy difícil conseguir un trabajo
y que lo de tu piso no es seguro,
pero tienes dinero suficiente
para vivir un tiempo donde quieras.
¿Dónde? sólo importa largarse
de esta ciudad de encanto pervertido:
la humedad de sus calles desoladas
bajo un sol que, aseguras, está muerto.

Los días de diario te supieron a poco,
sus mañanas perdidas casi sin darte cuenta
entre ruidos de obreros,
petardos de lecciones de latín
y deseo hacia chicas jóvenes como tú —o un poco menos.
Hacia las tres
la tarde comenzaba siempre eterna y estéril
frente al televisor o frente a un libro
y esperando una noche que no llega
—noches que fueron un recuento absurdo
de las breves historias de tu vida.

No fue mejor la cosa los fines de semana,
apenas sostenible
su música con forma de reloj en los pubs más ridículos
y los contados cuerpos que te amaron
hasta que amanecía
con olor a tabaco tu cuarto de resaca,
despedidos sin grandes pretensiones
de amistad o placer.
Hubieras preferido a sus acompañantes,
siempre más atractivas y perfectas;
no esas carnes dormidas por su peso excesivo
y breves de palabra.
                                  No obstante,
simulaban un mundo acompañado que hubieras asumido
—tan sólo con vender tu futuro de huraño o de poeta—
en el estéril tiempo de diario,
en las tranquilas tardes de diario.

Ya sale el autobús,
olvídate de darle algún sentido
que guarde relación con el pasado.
Confías en que pronto
podrás reír de tanta oscuridad
y recorrer una ciudad distinta
con calles menos húmedas —y un sol más agradable—
que ya no te recuerden a tu infancia.

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