domingo, 1 de noviembre de 2020

“Rapsodia de una noche de viento”

T. S. Eliot (1917): Prufrock y otras observaciones

“Rapsodia de una noche de viento”

Las doce en punto.

A lo largo de los extremos de la calle
sostenida en una síntesis lunar,
los susurrantes conjuros de la luna
disuelven los sustratos de la memoria
y todas sus claras relaciones,
divisiones y precisiones.

Cada farola que dejo atrás
redobla como un tambor fatalista
y, a través de los dominios de lo oscuro,
la medianoche agita la memoria
como agita un demente el cadáver de un geranio.

La una y media.
La farola chisporroteó,
la farola murmuró,
la farola dijo: "Mira a esa mujer
que titubea ante ti a la luz de la puerta
que se abre ante ella como una mueca.
Puedes ver que la cenefa de su vestido
está hecha jirones y manchada de arena,
que el rabillo de su ojo
se retuerce como un alfiler doblado".

La memoria vomita hasta vaciarse
un enorme tropel de cosas retorcidas;
en la playa una rama retorcida,
sus pulidas aristas devoradas,
como si en ella el mundo revelase
el enigma de su esqueleto,
rígido y blanco.
Un muelle roto en la explanada de una fábrica,
herrumbre que conserva la forma que la antigua fuerza ha dejado
sólida y enroscada y lista para saltar.

Las dos y media,
la farola dijo:
"Observa al gato que, despatarrado junto a la alcantarilla,
saca la lengua con naturalidad
y devora una porción de mantequilla rancia".
Así, la mano automática del niño
se deslizó para apropiarse de un juguete que corría por el puerto.
Nada pude yo ver tras la mirada de ese niño.
He visto ojos por la calle
que intentaban mirar a través de las contraventanas luminosas,
y un cangrejo una tarde en una charca,
un anciano cangrejo con percebes en su caparazón
que se agarró a la punta del palo que le tendí.

Las tres y media,
la farola chisporroteó,
la farola murmuró en la oscuridad.
La farola canturreó:
"Mira la luna,
la lune ne garde aucune rancune,
que guiña un ojo feble,
que ríe en los rincones
y que alisa el cabello de la hierba.
La luna ya ha perdido su memoria.
Una lechosa viruela le agrieta la cara,
con su mano retuerce una rosa de papel
que huele a polvo y agua de colonia,
está sola
con todos los antiguos olores nocturnales
que una vez y otra vez recorren su cerebro".

Llega la reminiscencia
de los secos geranios sin sol
y del polvo en las grietas,
el olor a castañas en las calles,
los olores de hembra en los cuartos cerrados,
un olor a tabaco en los pasillos
y a cóctel en los bares.

La farola dijo:
"Las cuatro.
He aquí el número de la puerta.
¡Memoria!
Tú tienes la llave,
el farolillo expande un círculo en la escalera.

Sube.
La cama está destapada; el cepillo de dientes cuelga de la pared,
deja tus zapatos a la puerta, duerme, prepárate para vivir".

El último retorcimiento del cuchillo.

Traducción de Felipe Benítez Reyes, 
de Alfred J. Prufrock y otras observaciones
en la editorial Pre-Textos (2000).

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