viernes, 27 de noviembre de 2020

“Retrato gongorino”

Carmen Jodra 

“Retrato gongorino”
Es la hora aquella en que el carro Febeo
ha comenzado ha poco su carrera,
y una boca de hoguera
su aliento abrasador da ya encendido
a hemisferio dormido,
cuando aquel a quien nunca llaman feo
ni han razón, que alto más que Cipariso,
que Jacinto fragante
y más ensimismado que Narciso
y orgulloso que Apolo ser pudiera
si Olimpo griego su morada fuera
por ciudad castellana,
vuelve a la vida desde el oscilante
caliginoso mundo que se habita
a párpados bajados
y disuelve la luz de la mañana.
Sobre plumas y linos abrazados,
pasa de tierno ovillo a ancha corriente;
los paisajes que viera un selenita
tiemblan en ese río,
que a varón como a hembra quita el frío.
Al hilo dignifica la hermosura,
dulcemente inmadura,
del tendido durmiente,
porque en dieciséis años 
no ha habido tiempo aún para los daños 
de tiempo cruel o práctica natura, 
que sacrifica el arte a la simiente; 
en el cuerpo yacente 
hay candor y abandono y hay tersura
que vértigo provoca, 
como provoca vértigo la boca,
roja rosa entreabierta 
de riquísimo aroma, 
con las mórbidas formas de una poma, 
que al más dormido instinto lo despierta. 
Y los párpados lisos, 
y de las cejas las espesas líneas, 
que no han tocado nunca las Erinias 
con sus crueles avisos, 
la barbilla perfecta, 
la nariz intachablemente recta 
y la suave mejilla ruborosa; 
la cara más hermosa, 
en fin, y el cuerpo más hermoso y noble 
que engendrara jamás mujer alguna, 
y no quiso el azar hacerlo doble 
porque tanta belleza fuera una,
y pudiera decirse con justicia:
"¡Sin par!"; y, en su malicia,
por no excederse en buena la Fortuna.
Frunciendo el fino ceño,
la sublime criatura deja el sueño,
que parece llorar por su partida,
y en actitud que fuera,
para aquel que lo viera,
recompensa y gloria inmerecida,
se mueve y despereza
con voluptuosidad, y al fin bosteza
con tan dulce bostezo,
que le envidian las flores más preciosas
del naranjo, el almendro y el cerezo.
Su aliento es el aliento de las rosas...
Se yergue, y su hermosura al cielo embriaga
y al barro que su planta pisa halaga,
y el águila recuerda
sus misiones de antaño
y lamenta que hoy, para su daño,
sea la divinidad siempre tan cuerda. 
Con leve pie el muchacho sale y deja, 
más cuanto más se aleja, 
arrebatada y anhelosa el alma 
y vacía de calma.

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