Claudio
RODRÍGUEZ (1953), Don de la ebriedad
"I (Siempre la claridad...)"
Siempre la claridad
viene del cielo;
es un don: no se halla
entre las cosas
sino muy por encima, y
las ocupa
haciendo de ello vida y
labor propias.
Así amanece el día; así
la noche
cierra el gran aposento de
sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién
hace menos creados
cada vez a los seres?
¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor?
¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya
llega a la redonda
a la manera de los
vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja
y, aún remota,
nada hay tan claro como
sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de
una forma,
de una materia para
deslumbrarla
quemándose a sí misma al
cumplir su obra.
Como yo, como todo lo
que espera.
Si tú la luz te la has
llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada
del alba?
Y, sin embargo esto es
un don, mi boca
espera, y mi alma
espera, y tú me esperas,
ebria persecución,
claridad sola
mortal como el abrazo de
las hoces,
pero abrazo hasta el fin
que nunca afloja.
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