Federico García
Lorca (1935): Llanto por Ignacio Sánchez Mejías
“3. Cuerpo presente”
La
piedra es una frente donde los sueños gimen
sin
tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con
árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo
he visto lluvias grises correr hacia las olas,
levantando
sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque
la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos
de alondras y lobos de penumbra;
pero
no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino
plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya
está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya
se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte
le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya
se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El
aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se
calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué
dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos
con un cuerpo presente que se esfuma,
con
una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién
arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí
no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para
ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo
quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los
que doman caballos y dominan los ríos:
los
hombres que les suena el esqueleto y cantan
con
una boca llena de sol y pedernales.
Aquí
quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante
de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo
quiero que me enseñen dónde está la salida
para
este capitán atado por la muerte.
Yo
quiero que me enseñen un llanto como un río
que
tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para
llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin
escuchar el doble resuello de los toros.
Que
se pierda en la plaza redonda de la luna
que
finge cuando niña doliente res inmóvil;
que
se pierda en la noche sin canto de los peces
y
en la maleza blanca del humo congelado.
ç
No
quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete,
Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
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