Federico García
Lorca (1935): Llanto por Ignacio Sánchez Mejías
“2. La sangre derramada”
¡Que
no quiero verla!
Dile
a la luna que venga,
que
no quiero ver la sangre
de
Ignacio sobre la arena.
¡Que
no quiero verla!
La
luna de par en par.
Caballo
de nubes quietas,
y
la plaza gris del sueño
con
sauces en las barreras.
¡Que
no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad
a los jazmines
con su blancura pequeña!
con su blancura pequeña!
¡Que
no quiero verla!
La
vaca del viejo mundo
pasaba
su triste lengua
sobre
un hocico de sangres
derramadas
en la arena,
y
los toros de Guisando,
casi
muerte y casi piedra,
mugieron
como dos siglos
hartos
de pisar la tierra.
No.
¡Que
no quiero verla!
Por
las gradas sube Ignacio
con
toda su muerte a cuestas.
Buscaba
el amanecer,
y el amanecer no era.
y el amanecer no era.
Busca
su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
y el sueño lo desorienta.
Buscaba
su hermoso cuerpo
y
encontró su sangre abierta.
¡No
me digáis que la vea!
No
quiero sentir el chorro
cada
vez con menos fuerza;
ese
chorro que ilumina
los
tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién
me grita que me asome!
¡No
me digáis que la vea!
No
se cerraron sus ojos
cuando
vio los cuernos cerca,
pero
las madres terribles
levantaron
la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
Y a través de las ganaderías,
hubo
un aire de voces secretas
que
gritaban a toros celestes,
mayorales
de pálida niebla.
No
hubo príncipe en Sevilla
que
comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué
buen serrano en la sierra!
¡Qué
blando con las espigas!
¡Qué
duro con las espuelas!
¡Qué
tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué
tremendo con las últimas
banderillas
de tiniebla!
Pero
ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera
Y su sangre ya viene cantando:
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera
Y su sangre ya viene cantando:
cantando
por marismas y praderas,
resbalando
por cuernos ateridos,
vacilando
sin alma por la niebla,
tropezando
con miles de pezuñas
como
una larga, oscura, triste lengua
para
formar un charco de agonía
junto
al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh
blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que
no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no
hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
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