Anónimo (c. siglo VI a. C.): Libro de Job
“7 (fragmento)”
Traducción de Francisco Serrano
El hombre tiene el tiempo
contado sobre la tierra, y sus días
son como los días del jornalero.
Lo mismo que el esclavo busca sombra
y el jornalero espera su salario,
así meses de escarnio son mi herencia
y mi cuenta las noches de dolor.
Si me acuesto me digo: "¿Vendrá el día?";
si me levanto: "¿Llegará la noche?",
y me siento angustiado hasta el crepúsculo.
Mi carne está cubierta de gusanos
y de costras de polvo,
mi piel se agrieta, purulenta.
Raudos como la lanzadera
del tejedor fueron mis días:
terminaron sin esperanza.
Recuerda que mi vida es sólo un soplo,
que mis ojos ya no contemplarán el bien.
Los ojos que me miran ya nunca me verán;
pondrás en mí la vista y ya no existiré.
Las nubes se disipan y se van:
lo mismo le sucede
al que baja al sepulcro: ya no sube;
no volverá a su casa
ni en su lugar lo reconocerán.
Por eso no refrenaré mi lengua,
hablaré con la angustia de mi espíritu,
me quejaré con la aflicción de mi alma.
¿Acaso soy el mar, o la ballena
para que pongas diques contra mí?
Digo: "Mi cama me confortará,
mi lecho atenuará mis quejas",
y entonces con visiones terribles me quebrantas,
me perturbas con sueños.
Por eso mi alma prefirió la muerte,
mis huesos claman por la desaparición.
Me disuelvo: no he de vivir por siempre,
déjame, pues mis días son sólo vanidad.
Qué es el hombre para que lo engrandezcas
y que pongas en él tu corazón
y lo visites todas las mañanas
y a cada instante lo escudriñes?
¿Hasta cuándo me dejarás?,
¿me darás tiempo de tragar saliva?
Incluso si pequé, ¿qué te he hecho a ti,
oh guardián de los hombres?
¿Por qué me has hecho blanco tuyo
y un fardo para mí?
¿Por qué no desvaneces mi delito
y perdonas mi falta?
Porque ahora me acostaré en el polvo,
me buscarás y ya no existiré.
contado sobre la tierra, y sus días
son como los días del jornalero.
Lo mismo que el esclavo busca sombra
y el jornalero espera su salario,
así meses de escarnio son mi herencia
y mi cuenta las noches de dolor.
Si me acuesto me digo: "¿Vendrá el día?";
si me levanto: "¿Llegará la noche?",
y me siento angustiado hasta el crepúsculo.
Mi carne está cubierta de gusanos
y de costras de polvo,
mi piel se agrieta, purulenta.
Raudos como la lanzadera
del tejedor fueron mis días:
terminaron sin esperanza.
Recuerda que mi vida es sólo un soplo,
que mis ojos ya no contemplarán el bien.
Los ojos que me miran ya nunca me verán;
pondrás en mí la vista y ya no existiré.
Las nubes se disipan y se van:
lo mismo le sucede
al que baja al sepulcro: ya no sube;
no volverá a su casa
ni en su lugar lo reconocerán.
Por eso no refrenaré mi lengua,
hablaré con la angustia de mi espíritu,
me quejaré con la aflicción de mi alma.
¿Acaso soy el mar, o la ballena
para que pongas diques contra mí?
Digo: "Mi cama me confortará,
mi lecho atenuará mis quejas",
y entonces con visiones terribles me quebrantas,
me perturbas con sueños.
Por eso mi alma prefirió la muerte,
mis huesos claman por la desaparición.
Me disuelvo: no he de vivir por siempre,
déjame, pues mis días son sólo vanidad.
Qué es el hombre para que lo engrandezcas
y que pongas en él tu corazón
y lo visites todas las mañanas
y a cada instante lo escudriñes?
¿Hasta cuándo me dejarás?,
¿me darás tiempo de tragar saliva?
Incluso si pequé, ¿qué te he hecho a ti,
oh guardián de los hombres?
¿Por qué me has hecho blanco tuyo
y un fardo para mí?
¿Por qué no desvaneces mi delito
y perdonas mi falta?
Porque ahora me acostaré en el polvo,
me buscarás y ya no existiré.
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