Garcilaso de la Vega
“Égloga II (Fragmento: 'Acuérdaseme agora qu'el siniestro...')”
Albanio
Acuérdaseme agora qu’el siniestro
canto de la corneja y el agüero
para escaparse no le fue maestro.
Cuando una dellas, como es muy ligero,
a nuestras manos viva nos venía,
era prisión de más d’un prisionero;
la cual a un llano grande yo traía
adó muchas cornejas andar juntas,
o por el suelo o por el aire, vía;
clavándola en la tierra por las puntas
estremas de las alas, sin rompellas,
seguiase lo que apenas tú barruntas.
Parecia que mirando las estrellas,
clavada boca arriba en aquel suelo,
estaba a contemplar el curso dellas;
d’allí nos alejábamos, y el cielo
rompia con gritos ella y convocaba
de las cornejas el superno vuelo;
en un solo momento s’ajuntaba
una gran muchedumbre presurosa
a socorrer la que en el suelo estaba.
Cercábanla, y alguna, más piadosa
del mal ajeno de la compañera
que del suyo avisada o temerosa,
llegábase muy cerca, y la primera
qu’esto hacia pagaba su inocencia
con prisión o con muerte lastimera:
con tal fuerza la presa, y tal violencia,
s’engarrafaba de la que venía
que no se dispidiera sin licencia.
Ya puedes ver cuán gran placer sería
ver, d’una por soltarse y desasirse,
d’otra por socorrerse, la porfía;
al fin la fiera lucha a despartirse
venia por nuestra mano, y la cuitada
del bien hecho empezaba a arrepentirse.
¿Qué me dirás si con su mano alzada,
haciendo la noturna centinela,
la grulla de nosotros fue engañada?
No aprovechaba al ánsar la cautela
ni ser siempre sagaz discubridora
de noturnos engaños con su vela,
ni al blanco cisne qu’en las aguas mora
por no morir como Faetón en fuego,
del cual el triste caso canta y llora.
Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego
que en huyendo del techo estás segura?
En el campo turbamos tu sosiego.
A ningún ave o animal natura
dotó de tanta astucia que no fuese
vencido al fin de nuestra astucia pura.
Si por menudo de contar t’hobiese
d’aquesta vida cada partecilla,
temo que antes del fin anocheciese;
basta saber que aquesta tan sencilla
y tan pura amistad quiso mi hado
en diferente especie convertilla,
en un amor tan fuerte y tan sobrado
y en un desasosiego no creíble
tal que no me conosco de trocado.
El placer de miralla con terrible
y fiero desear sentí mesclarse,
que siempre me llevaba a lo imposible;
la pena de su ausencia vi mudarse,
no en pena, no en congoja, en cruda muerte
y en un infierno el alma atormentarse.
A aqueste ’stado, en fin, mi dura suerte
me trujo poco a poco, y no pensara
que contra mí pudiera ser más fuerte
si con mi grave daño no probara
que en comparación d’ésta, aquella vida
cualquiera por descanso la juzgara.
Ser debe aquesta historia aborrecida
de tus orejas, ya que así atormenta
mi lengua y mi memoria entristecida;
decir ya más no es bien que se consienta.
Junto todo mi bien perdí en un hora,
y ésta es la suma, en fin, d’aquesta cuenta.
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