Claudio rodríguez (1976): El vuelo de una celebración
“Elegía desde Simancas (Hacia la Historia)”
I
Ya bien mediado abril, cuando la luz no acaba
nunca,
y menos aún de noche,
noche tan de alba que nos resucita,
y nos camina
desde esta piedra bien pulimentada,
respiramos la historia, aquí, en Simancas.
Y se va iluminando
la curva de los muebles,
las fibras de papel ardiendo en la peña madre,
el ábside de los pergaminos,
la bóveda de las letras. Y los nombres cantando
con dolor, con mentira, con perjurio,
con sus resabios de codicia y de
pestilencia y amor. Y se va alzando
el cristal, donde un nuevo recocido
limpia sus poros y moldea a fondo
su trasparencia, junto a las encinas
en alabanza con su sombra abierta.
La corteza del pan, que ahora está en manos
de la mañana,
y la miga que suena
a campana
nos aclaran, serenan,
aún ocultando la mirada ocre
de la envidia,
de hombro de la soberbia, los labios secos de la injusticia,
la cal de sosa, el polvo del deseo,
con un silencio que estremece y dura
entre las vértebras de la historia, en la hoja
caduca y traspasada en cada vena
por la luz que acompaña
y ciega, y purifica el tiempo
sobre estos campos, con su ciencia íntima,
bajo este cielo que es sabiduría.
II
Nunca de retirada, y menos aún de noche,
alta de sienes,
tan sencilla, amasada
en la cornisa de la media luz,
entre las rejas del conocimiento,
en la palpitación del alma,
llega la amanecida.
Y el resplandor se abre
dando vuelo a la sombra.
Como lince de caza en la ladera,
al acecho, mirando casi con su hocico,
como el milano real o la corneja
cenicienta, en el tiempo
de invernada, así vienen ahora
la rapacidad, el beso,
la imagen de los siglos,
la de mi misma vida.
Hay nidos
de palomas, y halcones
ahí, en las torres, mientras canta el gallo
en el altar, y pica
la camisa ofrecida y humilde y en volandas
en la orilla derecha del Pisuerga.
¿No ha sucedido nada o todo ha sucedido?
Aire que nos acunas
y que nunca nos dejas
marchitar porque arropas
de mil maneras,
tan seguro y audaz, desde los coros
del pulmón,
hasta la comisura de los labios,
ven tú. Eres todo.
III
La historia no es siquiera
un suspiro,
ni una lágrima pura o carcomida
o engañosa: quizá una carcajada.
Pero aquí está el sudor
y el llanto, aquí, al abrigo
de la lana y el cuero repujado,
en la seda, el esparto,
en la humildad del sebo,
en la armonía de la harina,
en la salivda en flor, lamida y escupida
y pidiendo
pulpa de dátil o un amor cobarde
en las ciudades esperando el tráfico.
Estoy entre las calles
vivas de las palabras: muchas se ven escritas,
finas como el coral,
color rojizo oscuro,
en manuscritos; otras
batiendo alas en tantas paredes,
dichas a pleno labio,
mientras tú estás enfrente, cielo mío,
y no me das reposo. Calla, calla.
Aquí ya no hay historia ni siquiera leyenda;
sólo tiempo hecho canto
y luz que abre los brazos recién crucificada
bajo este cielo siempre en mediodía.