lunes, 18 de febrero de 2019

“Ya de mi dolor rendida”

María de Zayas

“Ya de mi dolor rendida”

Ya de mi dolor rendida,
con los sentidos en calma,
estoy deteniendo el alma,
que anda buscando salida;
ya parece que la vida,
como la candela que arde
y en verse morir cobarde
vuelve otra vez a vivir,
porque aunque desea morir,
procura que sea más tarde.

Llorando noches y días,
doy a mis ojos enojos,
como si fueran mis ojos
causa de las ansias mías.
¿Adónde estáis, alegrías?
Decidme, ¿dónde os perdí?
Responded, ¿qué causa os di?
Mas ¿qué causa puede haber
mayor que no merecer
el bien que se fue de mí?
Sol fui de algún cielo ingrato,
si acaso hay ingrato cielo;
fuego fue, volvióse hielo;
sol fui, luna me retrato,
mi menguante fue su trato,
mas si la deidad mayor
está en mí, que es el amor,
y éste no puede menguar,
difícil será alcanzar
lo que intenta su rigor.

Celos tuve, mas, querida,
de los celos me burlaba:
antes en ellos hallaba
sainetes para la vida;
ya, sola y aborrecida,
Tanta en sus glorias soy;
rabiando de sed estoy,
¡ay, qué penas! ¡ay, qué agravios!,
pues con el agua a los labios,
mayor tormento me doy.

¿Qué mujer habrá tan loca,
que viéndose aborrecer,
no le canse el padecer
y esté como firme roca?
Yo sola, porque no toca
a mí la ley de olvidar,
venga pesar a pesar,
a un rigor otro rigor,
que ha de conocer amor
que sé cómo se ha de amar.

Ingrato, que al hielo excedes;
nieve, que a la nieve hielas,
si mi muerte no recelas,
desde hoy más temerla puedes,
regatea las mercedes,
aprieta más el cordel,
mata esta vida con él,
sigue tu ingrata porfía;
que te pesará algún día
de haber sido tan cruel.

Sigue, cruel, el encanto
de esa engañosa sirena
que por llevarte a su pena,
te adormece con su canto;
huye mi amoroso llanto,
no te obligues de mi fe,
porque así yo esperaré
que has de ser como deseo
de aquella arpía Fineo
para que vengada esté.

Préciate de tu tibieza,
no te obliguen mis enojos,
pon más capote a los ojos,
cánsate de mi firmeza;
ultraja más mi nobleza,
ni sigas a la razón;
que yo, que en mi corazón
amor carácter ha sido,
pelearé con tu olvido,
muriendo por tu ocasión,

Bien sé que tu confianza
es de mi desdicha parte,
y fuera mejor matarte
a pura desconfianza;
todo cruel se me alcanza,
que como te ves querido,
tratas mi amor con olvido,
porque una noble mujer,
o no llegar a querer,
o ser lo que siempre ha sido.

Ojos, llorad, pues no tiene
ya remedio vuestro mal;
ya vuelve el dolor fatal,
ya el alma a la boca viene;
ya sólo morir conviene,
porque triunfe el que me mata;
ya la vida se desata
del lazo que al alma dio,
y con ver que me mató,
no olvido al que me maltrata.

Alma, buscad dónde estar,
que mi palabra os empeño,
que en vuestra posada hay dueño
que quiere en todo mandar.
Ya, ¿qué tenéis que aguardar,
si vuestro dueño os despide,
y en vuestro lugar recibe
otra alma que más estima?
¿No veis que en ella se anima
y con más contento vive?

¡Oh cuántas glorias perdidas
en esa casa dejáis!
¿Cómo ninguna sacáis?
Pues no por mal adquiridas,
mal premiadas, bien servidas,
que en eso ninguna os gana;
pero si es tan inhumana
la impiedad del que os arroja,
pues veis que en veros se enoja,
¡dos vos de buena gana.

Sin las potencias salís,
¿cómo esos bienes dejáis?,
que a cualquier parte que vais
no os querrán, si lo advertís.
Mas oigo que me decís
que sois como el que se abrasa,
que viendo que el fuego pasa
a ejecutarle en la vida,
deja la hacienda perdida,
que se abrase con la casa.

Pensando en mi desventura,
casi a la muerte he llegado;
ya mi hacienda se ha abrasado,
que eran bienes sin ventura.
¡Oh tú, que vives segura
y contenta en casa ajena!
de mi fuego queda llena,
y algún día vivirá,
y la tuya abrasará;
toma escarmiento en mi pena.

Mira, y siente cuál estoy,
tu caída piensa en mí,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía no soy
lo que va de ayer a hoy
podrá ser de hoy a mañana.
Estás contenta y lozana;
pues de un mudable señor
el fiarse es grande error:
no estés tan alegre, Juana.

Gloria mis ojos llamó;
mis palabras, gusto y cielos.
Dióme celos, y tomélos
al punto que me los dio.
¡Ah, mal haya quien amó
celosa, firme y rendida,
que cautelosa y fingida
es bien ser una mujer,
para no llegarse a ver,
como estoy, aborrecida!

¡Oh amor, por lo que he servido
a tu suprema deidad,
ten de mi vida piedad!
Esto por premio te pido:
no se alegre este atrevido
en verme por él morir;
pero muriendo vivir,
muerte será, que no vida;
ejecuta amor la herida,
pues yo no acierto a pedir. 

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