María de Zayas
“Ya de mi dolor rendida”
Ya de mi dolor rendida,
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con los sentidos en calma,
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estoy deteniendo el alma,
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que anda buscando salida;
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ya parece que la vida,
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como la candela que arde
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y en verse morir cobarde
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vuelve otra vez a vivir,
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porque aunque desea morir,
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procura que sea más tarde.
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Llorando noches y días,
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doy a mis ojos enojos,
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como si fueran mis ojos
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causa de las ansias mías.
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¿Adónde estáis, alegrías?
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Decidme, ¿dónde os perdí?
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Responded, ¿qué causa os di?
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Mas ¿qué causa puede haber
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mayor que no merecer
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el bien que se fue de mí?
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Sol fui de algún cielo ingrato,
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si acaso hay ingrato cielo;
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fuego fue, volvióse hielo;
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sol fui, luna me retrato,
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mi menguante fue su trato,
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mas si la deidad mayor
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está en mí, que es el amor,
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y éste no puede menguar,
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difícil será alcanzar
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lo que intenta su rigor.
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Celos tuve, mas, querida,
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de los celos me burlaba:
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antes en ellos hallaba
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sainetes para la vida;
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ya, sola y aborrecida,
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Tanta en sus glorias soy;
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rabiando de sed estoy,
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¡ay, qué penas! ¡ay, qué agravios!,
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pues con el agua a los labios,
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mayor tormento me doy.
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¿Qué mujer habrá tan loca,
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que viéndose aborrecer,
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no le canse el padecer
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y esté como firme roca?
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Yo sola, porque no toca
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a mí la ley de olvidar,
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venga pesar a pesar,
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a un rigor otro rigor,
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que ha de conocer amor
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que sé cómo se ha de amar.
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Ingrato, que al hielo excedes;
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nieve, que a la nieve hielas,
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si mi muerte no recelas,
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desde hoy más temerla puedes,
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regatea las mercedes,
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aprieta más el cordel,
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mata esta vida con él,
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sigue tu ingrata porfía;
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que te pesará algún día
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de haber sido tan cruel.
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Sigue, cruel, el encanto
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de esa engañosa sirena
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que por llevarte a su pena,
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te adormece con su canto;
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huye mi amoroso llanto,
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no te obligues de mi fe,
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porque así yo esperaré
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que has de ser como deseo
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de aquella arpía Fineo
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para que vengada esté.
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Préciate de tu tibieza,
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no te obliguen mis enojos,
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pon más capote a los ojos,
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cánsate de mi firmeza;
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ultraja más mi nobleza,
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ni sigas a la razón;
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que yo, que en mi corazón
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amor carácter ha sido,
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pelearé con tu olvido,
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muriendo por tu ocasión,
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Bien sé que tu confianza
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es de mi desdicha parte,
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y fuera mejor matarte
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a pura desconfianza;
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todo cruel se me alcanza,
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que como te ves querido,
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tratas mi amor con olvido,
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porque una noble mujer,
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o no llegar a querer,
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o ser lo que siempre ha sido.
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Ojos, llorad, pues no tiene
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ya remedio vuestro mal;
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ya vuelve el dolor fatal,
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ya el alma a la boca viene;
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ya sólo morir conviene,
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porque triunfe el que me mata;
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ya la vida se desata
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del lazo que al alma dio,
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y con ver que me mató,
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no olvido al que me maltrata.
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Alma, buscad dónde estar,
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que mi palabra os empeño,
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que en vuestra posada hay dueño
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que quiere en todo mandar.
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Ya, ¿qué tenéis que aguardar,
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si vuestro dueño os despide,
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y en vuestro lugar recibe
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otra alma que más estima?
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¿No veis que en ella se anima
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y con más contento vive?
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¡Oh cuántas glorias perdidas
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en esa casa dejáis!
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¿Cómo ninguna sacáis?
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Pues no por mal adquiridas,
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mal premiadas, bien servidas,
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que en eso ninguna os gana;
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pero si es tan inhumana
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la impiedad del que os arroja,
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pues veis que en veros se enoja,
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¡dos vos de buena gana.
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Sin las potencias salís,
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¿cómo esos bienes dejáis?,
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que a cualquier parte que vais
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no os querrán, si lo advertís.
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Mas oigo que me decís
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que sois como el que se abrasa,
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que viendo que el fuego pasa
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a ejecutarle en la vida,
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deja la hacienda perdida,
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que se abrase con la casa.
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Pensando en mi desventura,
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casi a la muerte he llegado;
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ya mi hacienda se ha abrasado,
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que eran bienes sin ventura.
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¡Oh tú, que vives segura
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y contenta en casa ajena!
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de mi fuego queda llena,
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y algún día vivirá,
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y la tuya abrasará;
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toma escarmiento en mi pena.
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Mira, y siente cuál estoy,
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tu caída piensa en mí,
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que ayer maravilla fui,
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y hoy sombra mía no soy
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lo que va de ayer a hoy
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podrá ser de hoy a mañana.
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Estás contenta y lozana;
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pues de un mudable señor
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el fiarse es grande error:
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no estés tan alegre, Juana.
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Gloria mis ojos llamó;
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mis palabras, gusto y cielos.
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Dióme celos, y tomélos
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al punto que me los dio.
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¡Ah, mal haya quien amó
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celosa, firme y rendida,
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que cautelosa y fingida
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es bien ser una mujer,
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para no llegarse a ver,
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como estoy, aborrecida!
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¡Oh amor, por lo que he servido
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a tu suprema deidad,
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ten de mi vida piedad!
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Esto por premio te pido:
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no se alegre este atrevido
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en verme por él morir;
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pero muriendo vivir,
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muerte será, que no vida;
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ejecuta amor la herida,
pues yo no acierto a pedir.
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