jueves, 31 de diciembre de 2020

“Canción de los cuerpos”

Francisco Brines (1977): Insistencias en Luzbel

“Canción de los cuerpos”

La cama está dispuesta,
blancas las sábanas,
y un cuerpo se me ofrece
para el amor.
Abramos la ventana,
entren calor y noche,
y el ruido del mundo
sea sólo el ruido
del placer.
Que no hay felicidad
tan repetida y plena
como pasar la noche,
romper la madrugada,
con un ardiente cuerpo.
Con un oscuro cuerpo,
de quien nada conozco
sino su juventud.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

“West 33rd Street”

José María Fonollosa (1951): Ciudad del hombre, New York

“West 33rd Street”

La pareja perfecta es uno solo 
haciéndose el amor. Ninguna chica 
conoce el cuerpo mío cual yo mismo 
y, por tanto, es más sabia mi destreza. 

Qué suave recorrido placentero 
por las zonas sensibles de mi físico. 
Qué mano que no es mía ni es ajena 
sino que es tacto, roce, soplo angélico. 

Qué en su justo momento el adentrarme 
en la medida exacta de mis límites. 
Anchura o estrechez, cuanto me plazca, 
consigo en el instante apetecido. 

Qué variación inmensa obtengo estando 
conmigo mismo, amando incluso a aquellas 
que niéganme el contacto. A todas cuantas 
me venga en gana entonces disfrutarlas. 

La pareja perfecta es uno a solas 
haciéndose el amor. En ambos sexos. 
Resulta incomprensible esa obsesión 
que nos lleva al amor en compañía.

martes, 29 de diciembre de 2020

“Ha muerto mi padre”

Alfonso Costafreda (1951): Nuestra elegía

“Ha muerto mi padre”

Ha muerto mi padre.
Se repite su ausencia cada día
en el hogar vacío.
Yo pregunto,
y además de la ausencia y además
de perder los caminos de esta tierra,
¿qué es la muerte?

Yo te pregunto, padre, ¿qué es la muerte?
¿Has hallado la paz que merecías?
¿Encontraste cobijo en nueva casa
o vas errante, y sufres bajo el frío
del invierno más grande, del total
desamor?

Yo te pregunto, padre, si son algo
los muertos, o si la muerte es sólo
una inmensa palabra que comprende
todo lo que no existe.

lunes, 28 de diciembre de 2020

“Fotografías”

Luis Muñoz (1991): Septiembre

“Fotografías”

Esa trampa que incita a la memoria
se deja descubrir. 
Nada detienen ojos que nos miran
a través de un tiempo imaginario. 

Ni la franja del mar, que no resiste 
separarse de nuestra infancia, 
ni aquella vieja casa, 
el tumulto de muchos invitados
que sonríen sosteniendo una copa
con la certeza de los signos futuros. 

El tiempo solo elige sus lugares ahora. 
No ha pruebas de su paso
porque vive en la fuga
certera de las cosas. 

También entonces
sustituía a un cuerpo. 
Era, también entonces, un tejido. 

domingo, 27 de diciembre de 2020

“Olor a miedo”

Carlos Marzal (1996): Los países nocturnos

“Olor a miedo”

Yo puedo oler el miedo en cualquier parte. 
Y por saberlo no hay que perder la calma. 
No es un hecho asombroso. Es sólo un hecho.

Parece que no hay nada fuera de lo corriente, 
y, sin embargo, hay miedo, 
hay un rumor obsceno, que es la vida 
latiendo por debajo de la vida.

La cuerda del violín se tensa demasiado, 
la caldera estallará dentro de unos momentos. 
Y todo es como siempre.

La muchacha 
baila medio desnuda en mitad de la pista, 
y unos tipos babean en la tiniebla espesa.

(Todo en calma. Sin novedad en el frente. 
Y el silencio se afila poco a poco.)

Dos novios, embobados, 
ella con la cabeza sobre el hombro de él, 
escuchan a las sombras hablar en la pantalla: 
Arranca y vámonos. Qué mierda de país. 
Desde hoy en adelante, s6lo será mi hogar la carretera.
(No hay nada que objetar. No hay nada que temer.)

Los bañistas 
sudan al sol de un verano implacable; 
del chiringuito próximo, penosa, 
llega la consabida canción de un transistor.

(Y las saetas están a punto de alcanzar su límite, 
el agua hirviendo se desborda del mundo, 
y aunque nadie lo advierta, 
ahora es la vida un hierro al rojo vivo.)

No hay nada que temer, no hay nada que objetar, 
todo bajo control y todo en calma, 
y, sin embargo, 
hay una vida que arde debajo de la vida, 
y un clamor insufrible que alimenta el silencio, 
y un continuo rumor en mitad de la nada.

Que cada cual acepte su condena: 
yo puedo oler el miedo en cualquier parte.

sábado, 26 de diciembre de 2020

“La última noche de la tierra”

Roger Wolfe (1996): Arde Babilonia

“La última noche de la tierra”

El mirlo de todos los años ha vuelto a visitar mi casa
y todavía sigo aquí.
Su música no cambia y eso ya lo he escrito.
Pero mi trabajo es constatar lo obvio
y eso es lo que el mirlo me viene a recordar.
El tiempo pasa, la gente se hace vieja, se muere,
por su propia mano o con ayuda.
Las palabras van bajando por el desagüe
de lo que alguien ha llamado la intrahistoria.
Todo fluye y se pierde, los ríos en el mar,
el mar en la inmensidad inabarcable del cosmos,
el cosmos en la nada de la que no debió salir.
Mientras tanto tecleamos.
Un sordo tamborileo contra siglos de muerte programada
y un futuro de certera incertidumbre.
Un batallón de patéticos amanuenses del olvido
exigiendo dos camisas para el camino hacia el patíbulo.
Pero no es el frío el problema, sino el miedo.
Y es el mirlo, en su ignorancia, el que sabe la verdad.
Cumple sin la más mínima estridencia
el ritual que le ha impuesto la biología.
Luego morirá. Sin epitafios, como éste,
que se deshagan con una mueca indiferente
entre las llamas de la última noche de la Tierra,
cuando nadie entienda ya ningún significado,
si es que algo tuvo sentido alguna vez.

viernes, 25 de diciembre de 2020

“La verdad se escondía”

Jesús Munárriz 

“La verdad se escondía”

La verdad se escondía
diariamente entre las líneas del periódico
y la esperanza hurgaba
inútilmente por los vertederos.
todo era gris, de un gris tirando a negro.
y los supervivientes
seguían existiendo
casi sólo por no romper con la costumbre.

jueves, 24 de diciembre de 2020

“Las luces del amanecer”

Jesús Munárriz 

“Las luces del amanecer”

Las luces del amanecer
abren caminos que cruzan la noche,
se acerca un nuevo día y tú
vas a tener que abandonarme.

Ahora descansas junto a mí,
sueñas que te has quedado para siempre,
sonríes con la placidez
de quien no tiene recovecos,

pero la luz está ya ahí,
ya han despertado los gorriones,
se oye la vida que aletea
y anuncia nuestra despedida.

Porque te tienes que marchar
aunque ni tú ni yo lo deseamos,
vas a dejar un hueco en mí
de dimensión aterradora,

porque te vas de este país
y de este cuerpo mío, y de estos besos,
y no sé qué va a ser de ti
ni si alguna vez nos veremos.

Llega la luz, te digo adiós
sin despertarte, dulcemente,
luego me inclino hasta tu oído
para darte los buenos días.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

“Vincent”

Jesús Munárriz 

“Vincent”
A Piedad Bonnett
Van desfilando horrores por el televisor,
encarroñan los muertos la pantalla,
copan el noticiario los falsarios,
matan buenos y malos con igual eficacia,
la realidad en manos de prestímanos,
el mundo picoteado por las ciencias
y por las letras de la información
con su pico electrónico,
esa papilla para ponedoras,
cochiquera a distancia,
grial a domicilio a bajo precio,
único altar universal, supremo
dios dictador, diabólico engreído—.

Y de pronto
en segundos
los crisantemos que pintó aquel loco
salvados de la incuria
vuelven a florecer en su rectángulo
aquí en la habitación
y todo encaja y uno,
sólo uno, como siempre,
salva el mundo.

martes, 22 de diciembre de 2020

“El colibrí”

Jesús Munárriz 

“El colibrí”

Los verdes, los dorados, los rojos, los azules
del valle de Oaxaca en torno a Monte Albán.
En el cenit, el sol.

Y brotando de pronto
de las flores que cubren la ladera,
tirabuzón del aire,
el surtidor de un colibrí
se alza
en la transparencia.

¡Qué distinto era todo
hace mil años!

Menos el colibrí.

lunes, 21 de diciembre de 2020

“Noche de Reyes”

Jon Juaristi (1996): Tiempo desapacible

“Noche de Reyes”

Cuántas noches como ésta permaneciste en vela,
a la espera del alba,
apoyado de pechos en tu almena,
insomne centinela de la ciudad cansada,
y cuántas otras noches
la fatiga y la pena concertadas
en la raya del día te vencieron.
Las cuentas están claras:
soledad, soledad y muchas noches
como esta misma noche, solitarias.

La tristeza es un tiempo
en que no pasa nada,
porque pasó lo que pasar debía
como si no pasara,
como si fuera el gasto corriente de la vida,
algo sin importancia:
la moneda menuda que olvidamos
en los bolsillos de la ropa usada
o esos números viejos de teléfono
a los que nunca llamas.

A lo lejos se apaga un ruido de motores.
Silba el viento en su flauta
una monodia trémula.
Llueve en la interminable madrugada
y refleja la luz de los faroles
el húmedo encachado de la plaza.
Alguien camina por los soportales.
Se ha fundido ya el hielo en tu vaso de malta.
Llueve en esta vigilia sin consuelo
donde sólo la noche te acompaña.

domingo, 20 de diciembre de 2020

“La amiga”

Luis Muñoz (1995): Manzanas amarillas

“La amiga”

Tenía, como ella,
ojos color de miel irisados en ámbar,
el cabello rojizo como un galope en sueños,
y una afición inhóspita, desmedida
por los viajes nocturnos y los hombres
de oscuridad alegre.

Se lo contaban todo.
Andaban de la mano como chispas prendidas
-- como gotas de agua les decían al verles --
y él se creyó igualado a los ojos de ella.

Se querían amigos y bebieron
el alcohol del deseo como si nada hubiese.
Un vértigo de luces, un calor en el frío.

Y cuando el tiempo quiso
-- porque el azar no juega en estos casos --
que ella se cruzara al hombre de su vida,
un hombre nada turbio -- convencional y simple --
que la cambió de golpe en fiel y temerosa,
se desgarró la magia como niebla en un faro.
Y él la miró de lejos, como si nunca fuese.

sábado, 19 de diciembre de 2020

“Odio”

Roger Wolfe (1994): Arde Babilonia

“Odio”

Me faltan algunos odios todavía.
                                                              Estoy seguro de que existen.
Celine

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el locutor deportivo
de la radio del vecino
esos domingos por la tarde.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el macaco de uniforme
que sentencia -arma
al cinto- que el semáforo
no estaba en ámbar, sino en rojo.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el cívico paleto
vestido de payaso
que te dice
que no se permiten perros
en el parque.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con la gente que choca contigo
por la calle
cuando vas cargado
con las bolsas de la compra
o un bidón de queroseno
para una estufa
que en cualquier caso
no funciona.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con los automovilistas
cuando pisas un paso de peatones
y aceleran.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con el neandertal en cuyas manos
alguien ha puesto
ese taladro de percusión.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
cuando le dejas un libro a alguien
y te lo devuelve en edición fascicular.

El odio es una edición crítica
de Góngora.

El odio son las campanas
de la iglesia
en mañanas de resaca.
El odio es la familia.
El odio es un cajero
que se niega a darte más billetes
por imposibilidad transitoria
de comunicación con la central.

El odio es una abogada
de oficio
aliándose con el representante
de la ley
a las ocho de la mañana
en una comisaría
mientras sufres un ataque
de hipotermia.

El odio es una úlcera
en un atasco.

El odio son las palomitas
en el cine.

El odio es un cenicero
atestado de cáscaras de pipa.
El odio es un teléfono.
El odio es preguntar por un teléfono
y que te digan que no hay.

El odio es una visita
no solicitada.

El odio es un flautista
aficionado.

El odio 
en estado puro
es retroactivo
personal
e intransferible.

El odio es que un estúpido
no entienda
tu incomprensión,
tu estupidez.

El odio son las cosas
que te gustaría hacer
con este poema
si tu pluma
valiera
su pistola.

viernes, 18 de diciembre de 2020

“Si se supiera”

Manuel Vázquez Montalbán (1967): Una educación sentimental

“Si se supiera”

Si se supiera
lo que se presiente y no se dice
desde que Hiroshima
nos dejó sin habla
que la tercera guerra mundial
se ha declarado
que se muere
en los cuatro puntos cardinados
que crucifican la tierra en cruz gamada
lejos del parking amortizable
del supermercado de leches descremadas
de los lugares de vacaciones invernales
de las familias de hijos únicos
desplegables
lejos del Louvre y de la poesía tónica
lejos
muy lejos de la Plaza Roja y de la Casa Blanca
si se supiera
que a los vietnamitas del Líbano les abren en canal en Guatemala
más no se inventó el napalm para Le Bois de Boulogne
ni la violada de El Salvador será Miss Play Boy
en abril
aunque abril siga siendo el mes más cruel
en ésta guerra sólo se mata en los arrabales
el centro es ciudad abierta por mutuo acuerdo
entre el Bien y el Mal, mientras la ciencia
del alma calcula como calcular lo incalculable
por ejemplo
cuántos deben morir cada día en Etiopía
para que nos salga social
de pronto
la poesía.

jueves, 17 de diciembre de 2020

“Lesbos”

Sylvia Plath (1962)

“Lesbos”

¡Crueldad en la cocina!
Las papas protestan silbando.
Todo es muy vulgar e indecente, este lugar sin ventanas,
La luz fluorescente, encendiéndose y apagándose en una mueca de dolor,
Como una terrible jaqueca,
Estas modestas tiras de papel a modo de puertas-
Telones de teatro, rizos de viuda.
Y yo, cariño, soy una embustera patológica,
Y mi hija –mírala, tumbada bocabajo en el suelo,
Una marionetilla sin hilos, pataleando desesperada por desaparecer,
Porque es una esquizofrénica,
Da miedo verla así, con la cara roja y blanca.
Y todo porque arrojaste sus gatitos por la ventana
A una especie de pozo de cemento
Donde cagan, vomitan y gimotean, y ella no los puede oír.
Dices que no la soportas,
Claro, la cabrona es una niña.
Tú, a quien se le han fundido las lámparas, como a una radio barata,
Limpia ya de voces y de historia, del ruido
Electroestático de lo novedoso.
Dices que debería ahogar a los gatitos, porque ¡apestan!
Dices que debería ahogar a la niña,
Pues, si a los dos años ya está así de loca, a los diez se cortará el cuello.
El bebé, en cambio, ese caracol rechoncho, sonríe
Desde los pulidos rombos de linóleo anaranjado.
Te lo comerías. Claro: él es un niño.
Dices que tu marido no es bueno contigo.
Su mamá judía le guarda su dulce sexo como si fuera una perla.
Tú tienes un solo hijo, yo dos. Debería sentarme en una roca
Allá en Cornwall y dedicarme a peinarme el cabello.
Debería llevar pantalones de piel de tigre y liarme con alguien.
Los dos, sí, deberíamos reencontrarnos en otra vida,
Reencontrarnos en el aire.
Tú y yo.
Entretanto, la cocina hiede a grasa y a cagada de bebé.
Me siento atontada y lenta por culpa del somnífero de ayer.
La humareda de la cocina, la humareda del infierno
Flota sobre nuestras cabezas, dos oponentes ponzoñosas,
Nuestros huesos, nuestros cabellos.
Yo te llamo Huérfana, huérfana. Estás enferma.
El sol te produce úlceras, el viento, tuberculosis.
Una vez fuiste hermosa.
En New York, en Hollywood, los hombres decían: “¿Llegaste?
Guau, nena, pues sí que eres especial.”
Pero tú fingías, fingías, fingías por puro placer.
El marido impotente se escabulle penosamente fuera, en busca de un café.
Yo intento retenerlo,
Esa vieja vara que aguanta los rayos,
Los baños de ácido, los cúmulos que surgen de ti.
Al fin se larga bajando la colina empedrada de plástico,
Tranvía apaleado,
Desparramando chispas azules
Que se fragmentan como el cuarzo en millones de astillas.
Oh, joya. Oh, objeto valioso.
Esa noche, la luna
Arrastraba su bolsa de sangre, como un enfermo
Animal,
Por encima de las luces del puerto.
Y de pronto volvió a ser ella,
Dura, distante, blanca.
Su brillo de hojuela, reflejado en la arena, me daba un miedo de muerte.
Nos entretuvimos cogiendo puñados de ella, amándola,
Amasándola como si fuese pasta, el cuerpo de un mulato,
Gravilla sedosa.
Un perro husmeó y se quedó mirando a tu perruno marido.
Y así continuaron por un buen rato.
Ahora estoy aquí callada, inmersa
Hasta el cuello en mi odio.
Un odio denso, denso.
No hablo.
Estoy empaquetando las papas duras como si fueran ropa buena,
Empaquetando a los niños,
Empaquetando los gatos enfermos.
Oh, jarra de ácido, pero si es de amor
De lo que estás llena. Tú bien sabes a quién odias.
Ahora él está abrazado a su bola de prisionero ahí abajo,
Junto a la puerta de la verja que da al mar,
Justo donde éste se adentra, blanco y negro,
Y luego refluye.
Cada día lo rellenas de sustancia anímica, como si fuese un cántaro.
Estás tan cansada.
Tu voz es mi pendiente,
Un murciélago deseoso de sangre, aleteando y chupando.
Eso es. Eso es.
Asomas la cabeza por la puerta,
Triste, endemoniada bruja. “Todas las mujeres son unas putas.
No logro comunicarme con nadie.”
Veo cómo tu precioso decorado
Se cierra sobre ti como el puño de un bebé
O una anémona, esa querida
Del mar, esa cleptómana.
Yo aún estoy muy verde.
Te digo que tal vez vuelva.
Ya sabes para qué sirven las mentiras.
Pues tú y yo jamás nos reencontraremos, 
ni siquiera en tu cielo zen.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

“Estampa matinal”

Felipe Benítez Reyes (2000): Escaparate de venenos (1996-1999)

“Estampa matinal”

El mendigo que cruza, con orgullo de príncipe,
ese paso de cebra de la gran avenida
con su abrigo dramático y sus bolsas repletas
de inservible quincalla y un menaje caótico,
sintiéndose el señor de la ciudad
cuando frenan los coches, reverentes,
ante Su Majestad Lunática.

Alguien compra el periódico local
para sentirse atónito ante el mundo
y busca información sobre su caos
de guerras y de fraudes,
y se encuentra el anuncio
del último modelo de un coche de alma alquímica
o la oferta tantálica de un viaje a la magia
de Tailandia o Marruecos.

Una anciana, tras mucho razonar,
convence a su perrillo valiente de que no
le ladre a los mendigos ni a ese hombre
que lee en el periódico
la noticia de un nuevo asesinato
freudiano, pasional y tragicómico,
con su lírico espanto de azar y alevosía.

Alguien sale a la calle
-a esa hora, algo tardía ya, de la mañana
en que las putas vampirescas
suelen tomar el desayuno
en pequeñas cafeterías envueltas en la bruma
de la mantequilla caliente-
y observa con un cierto fatalismo
el atasco formado ante el cadáver
de un perro atropellado
por un coche amarillo - y una anciana que oscila
entre el grito y el llanto.

¿Y qué es la realidad?

¿Y qué es
la realidad?

martes, 15 de diciembre de 2020

“El testigo implacable”

José Agustín Goytisolo (1991): A veces gran amor

“El testigo implacable”

Como una nieve turbia corrompiéndose
en lentas gotas de barro o de melancolía
como una lluvia antigua
que empapa hasta los muertos más mezquinos
así el tedio resbala por los muros
forma charcos groseros en las calles
penetra en las iglesias y en los cines
y se filtra en las casas con su olor a desastre.

Un aire de fastidio y de humedad entonces
se apodera de gestos y palabras
se cuelga de los trajes
preside los encuentros de familia
viaja en los sucios autobuses
y envuelve la tristísima ciudad desconfiada.

Ah testigo implacable de las horas vacías
aburrimiento enorme que no ocultan
ni la música ambigua de las salas de fiesta
ni el clamor del estadio
ni el tintineo y charla de las mesas de bar.

Y en medio de una ciudad de hastío y podredumbre
de espera y rabia oculta
tan sólo algunos niños se divierten
jugando a destruirse por buhardillas de sueño
mientras que afuera sigue
esa lluvia cayendo desconsoladamente
sobre la piel de un mundo en bancarrota.

lunes, 14 de diciembre de 2020

“Desahucio”

Rafael Alberti (1929): Sobre los ángeles

“Desahucio”

Ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.

Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.

De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.

Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.

Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?

Dímelo.

domingo, 13 de diciembre de 2020

“Quisiera estar solo en el sur”

Luis Cernuda (1929): Un río, un amor

“Quisiera estar solo en el sur”

Quizás mis lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta,
y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos,
abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz, son bellezas igüales.

sábado, 12 de diciembre de 2020

“Áspero mundo”

Ángel González (1956): Áspero mundo

“Áspero mundo”

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinocios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

viernes, 11 de diciembre de 2020

“Son las gaviotas, amor”

Ángel González (1956): Áspero mundo

“Son las gaviotas, amor”

Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.

Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tu no escuchas, absorta.

Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.

jueves, 10 de diciembre de 2020

“Romance sefardita de la Catalina”

Anónimo: Romancero

“Romance sefardita de la Catalina”

Estaba la Catalina
sentadita en su balcón.
Pasó por allí un soldado
de buena o mala intención.
- Buenas tardes, Catalina,
con usted durmiera yo.
- Suba, suba el caballero
durmirá una noche o dos.
- ¿Y si su marido viene
y nos pilla de traición?
- Mi marido no está en casa,
que mi marido marchó.
Mi marido fue a cazar
a los montes de Aragón,
y ahora para que no vuelva
le echaré la maldición.
Cuervos le saquen los ojos
y águilas el corazón.
Los perros de mi ganado
le traigan en procesión.
Aún no había dicho esto
y él a la puerta picó.
Ábreme la puerta, luna,
ábreme la puerta, sol,
que te traigo un conejito
de los montes de Aragón.
Bajaba por la escalera
mudadita de color.
- Tú estás turbada del vino
o tú tienes nuevo amor.
- Ni estoy turbada del vino
ni yo tengo nuevo amor.
Que reñí con los criados
con mucha de la razón,
que me perdieron las llaves
del más alto corredor.
- Si las perdieron de plata
de oro te las daré yo;
que tengo un hermano en Francia
que las haría mejor
¿De quién es aquel caballo
que en mi cuadra relinchó?
Tuyo es, marido mío,
que mi padre te lo dio.
- Dios se lo pague a tu padre
que caballos tenía yo
y cuando no los tenía,
él no me los daba, no
¿De quién es aquella capa
que en mi percha se colgó?
- Tuya es, marido mío,
que mi padre te la dio.
- Dios se lo pague a tu padre,
que capas tenía yo,
y cuando no las tenía,
él no me las daba, no.
- ¿Y qué es lo que hace un momento
en mi cama resonó?
- Es mi hermano, el pequeñín,
que conmigo se acostó,
y que ha venido a llamarte
pa las bodas del mayor.
- Mientes, mientes, Catalina,
de las bodas vengo yo.
Mátame, marido mío,
la culpa la tengo yo.
Matar, no te mataría;
matar que te mate Dios.
Pero que tu padre tenga
noticia de tu traición.
La agarrara por la mano
y a su casa la llevó.
- Tenga, padre, esta su hija,
que la tuna me engaño.
Si la tié mal enseñada,
enséñela usted mejor.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

“Mujer con alcuza”

Dámaso Alonso (1944): Hijos de la ira

“Mujer con alcuza”

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?

Acercaos: no os ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y remejía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan
extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso
que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
así, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
... aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con un ansia turbia, de bajar ella también,
de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
... No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iba cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún chillido como un limón agrio que pone amarillas un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

... Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas de un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un
bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

martes, 8 de diciembre de 2020

“Prosa LXXXIX (La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano.)”

Juan Ramón Jiménez (1916): Diario de un poeta reciéncasado

 “Prosa LXXXIX (La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano.)”

La negra va dormida, con una rosa blanca en la mano. 

- La rosa y el sueño apartan, en una superposición mágica, todo el triste atavío de la muchacha: las medias rosas caladas, la blusa verde y trasparente, el sombrero de paja de oro con amapolas moradas. -Indefensa con el sueño, se sonríe, la rosa blanca en la mano negra.

¡Cómo la lleva! Parece que va soñando con llevarla bien. Inconsciente, la cuida -con la seguridad de una sonámbula- y es su delicadeza como si esta mañana la hubiera dado ella a luz, como si ella se sintiera, en sueños, madre del alma de una rosa blanca. - A veces, se le rinde sobre el pecho, o sobre un hombro, la pobre cabeza de humo rizado, que irisa el sol cual si fuese de oro, pero la mano en que tiene la rosa mantiene su honor, abanderada de la primavera.-

Una realidad invisible anda por todo el subterráneo, cuyo estrepitoso negror rechinante, sucio y cálido, apenas se siente. Todos han dejado sus periódicos, sus gomas y sus gritos; están absortos, como en una pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra exalta y que es como la conciencia del subterráneo. Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa blanca, a primavera, a eternidad. 

lunes, 7 de diciembre de 2020

“30 (La tierra yerma…)”

Pedro Salinas (1924): Presagios

 “30 (La tierra yerma…)”

La tierra yerma, sin árbol
ni montaña, el cielo seco,
huérfano de nube o pájaro;
tan quietos los dos, tan solos,
frente a frente tierra y cielo,
paralelismo de espejos,
que ahora no hay lejos ni cerca,
alto o bajo, mucho o poco,
en el universo,
¡Dulce muerte de medidas,
guiño de infinito!
Pero de un surco se vuela
un pájaro primerizo.
Y todo vuelve a ordenarse
por la pauta de su sino.
Ya la tierra está aquí abajo
y el cielo allí arriba puesto,
ya la llanura es inmensa
y el caminante pequeño.
Y ya sé lo que está lejos:
dicha, gracia, paz o logro.
Y ya sé lo que esta cerca:
el corazón en el pecho.